Las aventuras de un chico de ciudad para comprar chocolate con conciencia ambiental

Cerca de mi casa hay una tienda de Comercio Justo, y siempre compro allí el chocolate: por la necesidad de mantener niveles de sostenibilidad que no comprometan el derecho de las generaciones futuras a disfrutar del planeta, y porque encuentro embriagador poder bajar a comprar chocolate en zapatillas. No me pidan que ordene por importancia mi lista de motivos.

Y es que, aunque a nadie le guste reconocerlo, no soy la persona más sostenible del planeta (tampoco la menos, tampoco la menos, pero hoy me siento ecológicamente modesto). En su día, sí que tuve más intereses medioambientalistas. Me compré camisetas pidiendo la salvación de distintos tipos de cetáceos, me aprendí la definición de desarrollo sostenible 1, supe sobre agendas 21 y los dramas y polémicas de célebres oenegeses, leí a Gunder Frank, lloré con la historia de Chico Mendes y estudié Teoría de la Dependencia. Cuando me pongo, me pongo.

Hasta que alcancé mi nivel de saturación, hoygan. Pasa mucho. Al menos, a mí me pasa mucho. No es que sea inconstante, es que a veces me da la sensación de que ya no tengo mucho más que hacer con un tema, y nos separamos un poco (el tema y yo). Pero, en general, quedamos como amigos. Pregúntenle a los temas que he ido dejando, verán como hablan bien de mí. La ecología y yo nos seguimos llevando bien y nos deseamos lo mejor, pero, llegados a aquel punto, di un paso atrás, reconocí que Willy no sabía vivir lejos de los humanos, y me conformé con el bello arte de intentar vivir la vida sin joder demasiado el planeta. No espero recibir el Nobel de la Paz por ello, aunque quién sabe: a Al Gore se lo dieron por ecologista de salón y a Obama por decir que iba a ser buena gente.

¡¿Quién lo peta en el planeta…?!¡Yihaaaa!
¡¿Quién lo peta en el planeta…?!¡Yihaaaa!

En aquellos tiempos de «salvemos a las ballenas» se reconocían dos concepciones distintas de comercio justo. Una de ellas estaba amparada por sellos internacionales (ONU, UE) que «garantizaban» la producción sostenible (da casi la risa decir que las organizaciones internacionales garantizan algo). La otra, más radical y crítica con el propio concepto de desarrollo, se alejaba de la tutela de organizaciones y presentaba planteamientos más centrados en la ayuda mutua y en la economía de pequeña escala. No he encontrado mis fuentes primigenias (seguramente las perdí en alguna furia ordenadora de aquellos tiempos oscuros en que archivaba la información en papel), pero pueden encontrar mucho sobre el tema a poco que busquen: Sin ir más lejos, aquí lo encuentran esbozado en una de las mejores publicaciones españolas de humor y comedia, en un artículo de cuando aún no había alcanzado sus niveles actuales de paroxismo.

Aún no he consultado en la tienda de al lado de casa si están a favor de la sostenibilidad institucional o si son más del ala radical, aunque sospecho la respuesta. No me atrevo a preguntar; hace poco que dejaron de mirarme mal por el día que entré con unas zapatillas de marca 2. Es duro ser alternativo. Peor aún, si resulta que son del ala que me viene mal me hacen un roto importante: para encontrar al ecologismo de «la otra vía» me tendría que ir hasta Gijón, y es media hora en coche. Mucho trayecto para cuando se acabe el chocolate por causas estructurales. Y la verdad, creo que estaría dispuesto a cambiar mi concepción sobre el comercio justo para que coincidiera con la de la tienda de al lado de casa. No me juzguen, tampoco es caer tan bajo: es chocolate de lo que estamos hablando. Veo a gente todos los días renunciando a sus principios por cosas menos importantes.

Aunque a veces me entren estas dudas me gusta esa tienda. Venden verduras de proximidad, tienen una sección de libros alternativos que no me importaría leer y la clientela me resulta simpática. Es solo que tengo la sensación de que si me pongo a hablar con ellos la cosa se va a acabar fastidiando por algún lado. Es lo malo de tener la mente abierta, que la gente se empeña en entrar ahí a poner sus cosas3. Además, la gente prudente no discute de fútbol con la persona que le va a cortar el pelo ni de política con su anestesista, así que no veo por qué iba yo a correr el riesgo de ponerme a mal con mis suministradores de chocolate.

Y así vamos tirando, con cordiales relaciones con el comercio de barrio y escasas polémicas sobre qué rama medioambientalistas esconde mayores virtudes. Ya dice el acerbo popular que (al menos para según qué cosas) es mejor tener paz que tener razón. Y chocolate. Es mejor tener chocolate.

  1. El Desarrollo Sostenible es el paradigma global de las Naciones Unidas. El concepto de Desarrollo Sostenible fue descrito en 1987 en el Informe de la Comisión de Bruntland como un “desarrollo que satisface las necesidades de la generación presente, sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras de satisfacer sus propias necesidades”. Obsérvese que no menciona el derecho de llevar zapatillas de deporte chulas ni conducir coches de alta cilindrada.
  2. Eran un regalo, lo juro.
  3. Terry Pratchett dixit.

2 comentarios

  1. En esa simpática tiendina también puedes comprar el café 😉 (de Comercio Justo) no creo que vayas sólo a por chocolate, que también.
    ¡Gústame el tu blog!

    Me gusta

Deja un comentario