1. Lo de Roald Dahl
Al final, tenía que pasar. Tras tantas rondas de ofensa por los motivos más imaginativos, hemos logrado encontrar una situación en la que los dos bandos de la polémica acusan al otro de ser una panda de ofendiditos y de legionarios de la corrección política. Una semana más en la que la Verdad y la Libertad están en peligro y necesitan de nuestros tuits.
No me refiero, como se imaginarán, al problema del hambre en el mundo o a alguna de las guerras que lo pueblan, sino a «lo de Roald Dahl», que consiste, básicamente, en el anuncio de su editorial1 de unas nuevas ediciones corregidas para ajustarlas (dicen) a los nuevos tiempos. El autor, fallecido hace años, es conocido por su literatura infantil un tanto gamberra e irreverente, y algunas partes parece que han envejecido mejor que otras. Lo que viene siendo la forma normal de envejecer, por otro lado.
La reacción no se ha hecho esperar: un número nada desdeñable de Adalides de la Integridad de la Obra Artística se han apresurado a decir que eso es censura y que seguramente en la editorial se dediquen a ahogar cachorritos durante la pausa del café. Otro grupo (con menos exposición mediática), ha señalado que la situación es algo más compleja de lo que se está planteando y que a lo mejor los hiperreactivos son los de enfrente. Señalan algunas cuestiones como la relativa normalidad de la aparición de ediciones corregidas (que no han generado este revuelo), la existencia de tantas obras que sencillamente dejan de publicarse (¿es censura si, en lugar de modificarlos, dejas de publicar los libros de un autor?) o por la mera existencia de los derechos de autor, que lo mismo no deberían extenderse tanto tras la muerte de la persona que los ha generado.2
En lo que nadie duda es en echarle la culpa de todo a la corrección política. A la de los demás, ya saben, que es la que molesta. La de la otra parte, la de la editorial, la de los herederos de Dahl y la de Netflix, que es quien ha comprado los derechos, no puede saberse si por asegurar la pervivencia de la cultura en el mundo o si para ganar dinero. Y no deja de ser gracioso que se mencione la incorrección política cuando hablamos de la obra de un señor que decía que Hitler tendría sus cosas, pero que los judíos algo habrían hecho.3.
Así que mi primera intención era escribir una entrada larguísima esclarecedora en este vuestro blog desglosando, punto por punto, los intrincados matices de este tema. Pero luego he pensado que en realidad me apetecía hablar de la Coca-cola.
(Fundido en negro)
2. La nueva fórmula de la Coca-cola
Cuenta la leyenda que hace mucho, mucho tiempo, a mediados de los años 80 del pasado siglo, comenzó lo que se llegó a conocer como «La Guerra de las Colas». Este conflicto se produjo en el lejano país de los Estados Unidos, donde una compañía, Pepsi, intentaba ganarle cuota de mercado a su archienemiga, Coca-cola.
Nuestra historia comienza cuando, tras años de lucha, Pepsi logra su primera gran victoria contra el rival. Fue en 1985, el año en que se convirtió en un secreto a voces entre los fabricantes de refresco de cola que la gente prefería el sabor dulzón de la Pepsi frente a la experiencia más rasposa de su competidora.
En la sede de Coca-cola, tras muchas reuniones de señores con corbata y gráficas pintadas en pizarras blancas, tomaron una decisión revolucionaria que ha sido catalogada con frecuencia como la más desastrosa de la historia de la estrategia empresarial: cambiar el sabor de su refresco. Pero hacer algo así no es sencillo. Fue un proceso con múltiples etapas, abundantes estudio de mercado y pruebas de producto, sin dejar nada al azar. Hasta que, tras darle muchas vueltas, llegó el día: El marketing zumbaba atareado para allanar el camino de la bomba informativa: La marca reina había cambiado su sabor.
—Oye… ¿soy sólo yo o vuestra coca-cola también sabe a avecrém?
¿Conservaría Coca-cola su trono? ¿Sería bien recibido el cambio? Las primeras métricas sugerían que sí, pero pronto vino el desastre en forma de protestas, que surgieron tímidas, se extendieron y al fin se generalizaron.4 Se empezó a correr la voz de que, aunque el sabor era mejor, tal como habían predicho los estudios, no sabía como tenía que saber. Al parecer, la compañía había infravalorado el intangible, la vinculación emocional de su clientela con el sabor del producto, al que trataban, no como una lata que arrojas en el carrito de la compra, sino más bien como un elemento más de la familia y de la identidad nacional.
En Pepsi se frotaban las manos. Su enemiga estaba en un lodazal y cualquier decisión que tomara era mala, ya fuera intentar remontar su sabor «erróneo» o recular y asumir las pérdidas. Al final, Coca-cola acabó agachando las orejas y anunciando el retorno de su sabor «original», el de siempre5, bajo el nombre de «Coca-cola Classic».
Dicen por ahí que esta fue una de las peores decisiones empresariales de la historia. Por eso las ventas de la Coca-cola cayeron en picado, la compañía cayó en la irrelevancia y ahora nadie la recuerda.
Espera un momento. No pasó eso. ¿Por qué no pasó eso? ¿No había sido una decisión malísima?
Hay cosas que el dinero no puede comprar
Vamos a darle una vuelta a esto. No se puede discutir que a nivel logístico la situación fue un desastre: Coca-cola se vio con los almacenes llenos de un producto nuevo que «nadie» quería consumir y teniendo que rectificar toda su planificación para revertir la producción a la situación previa. Es evidente que esto produjo unas pérdidas económicas mastodónticas. Pero ¿fue todo pérdida? ¿No hubo nada positivo en este proceso?
Bueno, pues yo diría que sí. Porque ¿qué creen que pasó en el nivel simbólico?
Lo que pasó fue que Coca-cola se arrogó el estatus de «el refresco de América», condición que nadie se ha atrevido a cuestionarles desde entonces. Da igual lo que venda Pepsi, da igual la cuota de mercado que consiga, da igual que tenga mejores números: nuestro refresco sigue siendo Coca-cola. Cambiarle su sabor no es una mera decisión comercial, sino una cuestión de Estado. No tiene sentido la «guerra de las colas» porque Coca-cola solo hay una.
Sus clientes6 son más que eso, tienen una relación directa con el producto más allá de lo que haga la compañía, como esa gente que habla con dios sin aceptar meter a ninguna iglesia por el medio. Coca-cola es un símbolo. Es… algo más. ¿No se lo creen? Los últimos que no se lo creyeron probaron a cambiarle el sabor y miren la que se armó: Es posible que la compañía perdiera una cantidad enorme de dinero, pero lo que consiguieron a cambio… es algo que no se puede comprar.
3. Oye, tú estás contando todo esto por algún motivo
Ah, sí. Roald Dahl. Me pregunto cuántas Coca-colas se habrán tomado en Netflix y Puffin books antes de tomar la decisión de anunciar cambios en los libros del autor para modernizarlos, para mejorar su puntuación en cata. Para dulcificarlos.
La jugada de Netflix y la editorial es perfecta: anuncian el cambio de sabor de los libros de Roald Dahl, un autor que, en fin, tiene unas cuantas aristas que podrían romper una costura el día menos pensado. El mundo cibernético se vuelve loco porque ¡CENSURA!, y les ponen a parir, llegando a convertirse en un asunto de Estado en el que tiene que opinar hasta el primer ministro británico. Y entonces, tras dejar que cueza… ¡Aleluya! Anuncias que vale, que vas a escuchar a la gente. Para que todo el mundo esté contento va a haber ¡no solo una, sino dos ediciones distintas de Roald Dahl! New coke y Coca-cola Classic, escoge tu sabor favorito. La integridad de la obra está a salvo, que es de lo que se trataba ¿no?
¿Y qué vas a hacer si el día de mañana alguien te quiere montar un escándalo porque Roald Dahl era un tanto antisemita, un poco… ya sabes, una persona con dimensiones incómodas? Pues decirle que ya lo sabes, pero que lo intentaste atajar y no te dejaron. Pero que, mira, has sacado unas versiones revisadas que sí que están pasteurizadas de verdad. ¿Qué creen que va a pasar con las ventas de Roald Dahl en los próximos tiempos? ¿Qué suponen que va a pasar con sus próximas adaptaciones?
Le querían echar la culpa a la corrección política, pero no sé. Yo casi prefiero culpar al capitalismo.
- Puffin Books ↩
- Esto último lo digo yo, que no puedo dejar de fomentar mi oscura agenda. ↩
- “Hasta un canalla como Hitler no los acosó sin razón”, aquí, por ejemplo. ↩
- La catástrofe tardó en fraguarse porque en aquellas remotas épocas no había Twitter y la gente tenía que protestar de forma artesanal, seguramente tocando un tambor o encendiendo un fuego en lo alto de una atalaya. ↩
- Desde que le quitaron las hojas de coca, sin embargo eso es otra historia ↩
- Un número suficiente de ellos, en cualquier caso. ↩