No te esfuerces

Desde nuestra más tierna infancia nos inculcan la falacia de que el esfuerzo tiene recompensa. Desgraciadamente eso es una mentira como un templo o, al menos, no es una verdad completa (lo que, a veces, constituye la peor clase de mentira). Pero a nivel motivacional es más efectivo que las versiones honestas, como “el esfuerzo mejora tus probabilidades de recompensa, pero no la garantiza,” o ”el esfuerzo es condición necesaria pero no suficiente para lograr la mayoría de tus objetivos vitales, aunque en general va a ser menos efectivo que tener parientes multimillonarios”

Yo aplicaba esa lógica fallida especialmente a la creación artística y, sobre todo, a la escritura. Pensaba que la obra más trabajada debería tener mayor repercusión y ser celebrada en reunión extraordinaria de un Comité Mixto del premio Nobel y Cervantes, y en cambio aquello que había resultado más fácil o placentero debería obtener recompensa discreta. Me creía, en resumen, la mentira de que el esfuerzo conllevaba premio. Pero no es así como funcionan las cosas.

La idea del valor intrínseco del esfuerzo y sus propiedades casi milagrosas (lo que podríamos denominar “fetichismo del esfuerzo”) es una superstición extendida. El otro día escuchaba en una entrevista a Gabriel García Márquez que había tardado tres años en escribir “El Otoño del Patriarca”, y que ese era un libro que había escrito rápido. El autor había escrito a máquina durante muchos años, una cuartilla cada día. Revisaba de forma meticulosa, obsesiva. Si no le gustaba, la empezaba de nuevo. Si cometía alguna falta de ortografía, no la corregía, empezaba de nuevo la cuartilla. En el momento de la entrevista reconocía que hacía un tiempo desde que se había rendido a utilizar el ordenador para escribir, y eso había aumentado su producción literaria. Es decir, se estaba esforzando menos y estaba consiguiendo mejores resultados, lo que parece contradecir (intuitivamente) la idea de la recompensa.

La gente que triunfa lo atribuye al esfuerzo. La gente que fracasa, a la mala suerte. Paquirrín hace lo mismo. No seas Paquirrín.

Pero podríamos discutir si eso es cierto: quizás sus “mejores” libros los haya escrito con el método que requería más esfuerzo. Quizás ese temor reverencial a tener que repetir toda la puta cuartilla 1 era lo que hacía de su obra algo tan particular, tan especial. O quizás es fruto de la casualidad, o del café que tomaba en distintas épocas de su vida, quién sabe. Establecer causalidades es una cosa muy difícil que hacemos muy alegremente.

Por otra parte ¿a qué nos referimos cuando hablamos de “recompensa”?. “Recompensa” y “éxito” sólo son sinónimos si aceptamos una de las posibles definiciones de aquella. No puedes comparar el tiempo que te ha costado escribir una novela con el tiempo que te ha costado escribir otra, por la sencilla razón de que has escrito novelas diferentes, y no dos veces la misma novela. En este caso, el refranero es cierto, y esta comparación es odiosa. Yo sé que, en lo más oscuro de mi mente, amaría de forma más intensa la obra tormentosa que me costó más concluir que la obra ligera –éxito de crítica y público– que escribí en el cuarto de baño, pero eso no es criterio suficiente para decir que una sea mejor que la otra.

Hay otro aspecto brutalmente falso en el fetichismo del esfuerzo, y es la localización de la responsabilidad y de la culpa: “Si te esfuerzas lograrás compensaciones de valor mayor que el valor del trabajo que has realizado”: Esa es una traducción operativa bastante popular del principio “el esfuerzo tiene recompensa”. Y como principio operativo es falsable (y falso). Además, incluye el corolario de justificación del orden neoliberal de que si no consigues lo que querías es porque no te has esforzado suficiente. Por eso no eres astronauta. Estrella del rock. Delantero centro. No es que tus condiciones sean una mierda o que hayas nacido en un arrabal en brutal desventaja con respecto al resto de tu competencia para lograr objetivos que por definición ofrecen plazas limitadas: Es que no te has esforzado lo suficiente. Y una mierda (traducido aquí).

Pero esforzarse no vale solo para conseguir recompensas. También vale para “mejorar”, porque ya saben que todo ser humano está estropeado y necesitamos que nos arreglen.2 Hay muchas maneras de esforzarte. Esforzarte no va a hacer necesariamente que hagas las cosas bien (¡o mejor!). “La práctica no lleva a la perfección. La práctica perfecta lleva a la perfección3 o, en su vertiente negativa “a veinte años de hacer las cosas mal lo llaman experiencia4. Es tautológico, pero esforzarte sólo significa que te estás esforzando: no es algo intrínsecamente positivo. Entrenarte para ser un gran futbolista dando patadas a bloques de cemento sólo funciona en el manga. En la vida real produce artrosis precoz. No es un esfuerzo positivo, no produce recompensa, no te acerca a ningún objetivo. Nos pasamos la vida haciendo esfuerzos de ese tipo.

Quizás hayan oído hablar de la regla de las 10.000 horas (un resumen aquí), que ha llevado a tanto progenitor a hacer madrugar a sus semillitas para intentar educar al próximo Tiger Woods. Muy resumido, dice que son necesarias 10.000 horas de práctica deliberada para alcanzar la excelencia en una actividad. Bueno, pues no se cumple. Desconfíen de los gurús, aunque se hagan llamar de otra forma. Sobre todo si se hacen llamar de otra forma.

La conclusión es sencilla: No te esfuerces. ¡Ja! Claro. ¿Qué clase de blog es este? ¿Qué ejemplo das a la juventud? ¿Cómo se hace eso? ¿Has visto la sociedad en la que vivimos? ¡Homo homini lupus! ¡Bolchevique! Vale, vale. Es que no había acabado: No te esfuerces porque sí y no te esfuerces tanto. El esfuerzo en sí no tiene valor intrínseco. Y parafraseando a la escuela estoica diría que, si te vas a esforzar, ama tu esfuerzo. El proceso es seguro y el resultado incierto, así que, como Kipling5, ama lo seguro y abraza el proceso. No te resistas a él. A eso se refiere el enano señor bajito verde cuando te dice “hazlo o no lo hagas, pero no lo intentes”. No hay nada noble en el esfuerzo más allá de lo que pongas en él.

Así llegamos a la paradoja. El esfuerzo puede tener recompensas, pero éstas no son necesariamente los resultados. Por eso muchas veces vas a dar por buenos tus esfuerzos aunque fracases: Porque esa no era tu definición de fracaso, sino una definición impuesta desde fuera. Porque tu objetivo, si así lo quieres, no es un fin, sino que está contenido en el propio proceso. Por eso es mejor, especialmente en situaciones de alta ambigüedad, orientarte por tus principios, no por tus objetivos. Pero esa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión…


  1. En mis primeros años de colegio los deberes se entregaban a la profesora, que te los corregía y te los devolvía. Podrán imaginar que si te equivocabas al final de la página y tenías que repetirlo todo (los tachones estaban proscritos, el tipex no era conocido) tu alegría no conocía límites. 
  2. Esto es una ironía. Lo especifico por si acabas de llegar. 
  3. La primera vez que escuché esta cita fue de boca de Michael Jordan, pero se le suele atribuir a Vince Lombardi. De todos modos, aquí dicen que la frase lleva en imprentas al menos desde 1923, así que podemos suponer que fuese algo que se dijeran entre sí los equipos recolectores de bayas de australopitecus. 
  4. Esta se la oí a un amigo. No le pedí la fuente original. Soy así de magnánimo e informal en mis conversaciones. 
  5. Si puedes encontrarte con el triunfo y el fracaso / y tratar a esos dos impostores de la misma manera […] / Tuya es la Tierra y todo lo que hay en ella. Poema completo (y versión original) aquí 

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