Quizás les choque leer esto, pero creo que «manada» es una palabra preciosa. Verán, comparto vida y vivienda con una humana, un perro y un gato, y muchas veces, medio en serio y medio en broma, decimos no saber si somos una familia o una manada.
Comprenderán que cuando lo decimos nos sentimos –y nos sabemos– ajenos a todo lo que representan ese grupo de cinco individuos, acusados de una violación múltiple en los últimos San Fermines, que se hacían llamar «la manada». Y aún así, desde que la noticia saltó a los medios, en casa ya no usamos tanto ese término: aunque nadie tiene el monopolio de las letras, llamarse «manada» ha pasado a ser un tanto vergonzoso desde entonces. La palabra parece estar mancillada. No es agradable tener que andar especificando a qué tipo de manada te refieres cuando te identificas con una, con la tuya, con tu familia multiespecie, con ese lugar donde siempre están de tu parte.
En su primer salto a los medios la noticia de la violación múltiple ocupó un lugar privilegiado en las portadas y los corrillos (reales y cibernéticos) durante una buena temporada. No era para menos. Después, con el paso de los días, la cosa se enfrió mientras se instruía y se horneaba el juicio: La administración de justicia tiene una serie de fases que los legos de la materia desconocemos, y de las que sólo nos acordamos cuando el resultado final no es el deseado.
Hace un par de semanas el tema ha vuelto a la actualidad con el comienzo del juicio. Recuperó su lugar en periódicos y tertulias. Hubo que volver a ver/leer estupideces del tipo de que en este caso «había seis víctimas, la mujer violada y los violadores«, o incluso tener que escuchar cómo un imputado por pederastia, abusos sexuales y otros delitos nos intentaba dar lecciones de moral atribuyéndolo todo a un lobby de feminazis que quieren acabar con todo varón de bien como, suponemos, se considera él mismo.1
La administración de justicia tiene una serie de fases que los legos de la materia desconocemos, y de las que sólo nos acordamos cuando el resultado final no es el deseado.
Hoy hace siete días que circuló por internet el rumor de que se iba a incorporar un informe sobre la vida de la acusada víctima como prueba de la defensa, informe que habría sido elaborado por un detective contratado por uno de los imputados en el que se señalaba que la joven había seguido con su vida tras la violación, en lugar de tomar los hábitos, huir a un país extranjero, suicidarse o inmolarse en una pira, que es lo que oyendo a según que gente parece que es lo que debe hacer una joven violada decente. Luego se supo que la narración no era exacta. Fuentes del propio tribunal matizaron que lo que se incluía era en realidad un informe sobre su actividad en redes sociales. Y por lo visto la aceptación de esta prueba puede ser relevante de cara a evitar una posible anulación posterior del juicio por indefensión de los acusados.
Pero para entonces la llama de la indignación ya había prendido. La gente, las mujeres, el feminismo, ya había salido a la calle. El origen fue la rabia contra ese informe, pero el resultado fue una repulsa al machismo violador y un grito simple de solidaridad –sororidad– con la mujer. El grito de «te creemos» y la declaración de que la manada somos nosotras sonó atronador. La manada somos nosotras.
Es necesario ser machista recalcitrante para insinuar que en este juicio ha habido una violación del principio de presunción de inocencia. Los acusados cuentan con un equipo jurídico que les está defendiendo (al menos los que han logrado aguantar las náuseas). Se les ha sometido desde el primer momento a tutela judicial efectiva, gozan de buena salud a pesar de las “simpatías” que suelen despertar en las cárceles los violadores o los pertenecientes a cuerpos de seguridad (recordemos que uno de ellos es militar y otro guardia civil) y están siendo sometidos a un juicio con garantías. En definitiva, se han respetado escrupulosamente todos sus derechos fundamentales.
Es cierto que se está produciendo un juicio paralelo. ¿Sería preferible que guardásemos un silencio respetuoso mientras los tribunales deciden? Es posible. No obstante, las mujeres tienen sobrados motivos para mantener un sano escepticismo hacia las instituciones del poder porque, de forma bastante literal, les suele ir la vida en ello. Rosa María Artal sintetiza magistralmente en este artículo muchos de los motivos: Hasta 1986 la jurisprudencia española consideraba como eximente para el agresor sexual la no resistencia de la víctima. En 1989 una sentencia determinó que la pena por un delito de abuso sexual fuera una multa de 40.000 pesetas porque la víctima “pudo provocar” con su vestimenta. Hasta 1998 (¡1998!) no llegó la primera condena por acoso sexual (y, créanme, existía el acoso sexual antes de ese año).
Las mujeres tienen sobrados motivos para mantener un sano escepticismo hacia las instituciones del poder porque, de forma bastante literal, les suele ir la vida en ello
Junto a esto, no es gratuito señalar que desde el avance legislativo que supuso en 2004 la aprobación de una Ley Integral contra la Violencia de Género2 ha habido que soportar una larga sucesión de machos ofendidos por lo que consideran una violación de sus derechos fundamentales. Estas quejas se reiteran y reiventan a medida que instituciones tan poco sospechosas de feminazismo (esa cosa que los señores enfadados ven por todas partes) como el Tribunal Constitucional o el Tribunal Europeo de Derechos Humanos señalan reiteradamente que dicha ley es constitucional y no conculca derechos fundamentales (explicado con claridad aquí por Jessica Fillol). Así que la relación del feminismo con los tribunales de justicia ha sido, cuando menos, ambivalente.
Es lugar común que la feminista es la revolución permanentemente postergada. En la Revolución Francesa se dejó lo de los derechos de las mujeres para más tarde o, mejor, para nunca; a Rosa Luxemburgo, antes de ejecutarla porque molestaba, le querían hacer tragar que la emancipación obrera llevaría aparejada automáticamente la liberación de la mujer y, a día de hoy, los sucesores espirituales del 15M y partidos de teórico ideario de reformismo político profundo (como Podemos) muestran sus costuras en sus limitadas visiones de género. Y ya está bien.
Así que, sí, a día de hoy está justificado que cualquier persona con sensibilidad feminista mantenga sus recelos sobre la actuación de un tribunal, y no pueda limitarse a esperar tranquilamente la sentencia, contando con que se hará justicia de forma sistemática. Ojalá. Querríamos vivir en un país donde pudiésemos esperar tranquilamente el fallo, pero si viviésemos en ese país, probablemente las mujeres pudieran habitar tranquilas sus calles, sus casas; solas o acompañadas, en cualquier lugar, sin ser juzgadas si beben, llevan faldas cortas o tienen vidas sexuales exploradoras e incansables, o si hacen, esencialmente, lo que les de la gana.3
Por lo pronto, nos queda la manada. Hemos recuperado el término para devolverlo a lo que realmente es, un lugar de aceptación y crecimiento, algo con lo que podemos orgullosamente identificarnos. Ellos, que se queden con su «jauría«. Y que los tribunales hagan su trabajo. No nos despistaremos.
- Me niego a enlazar sus declaraciones. Son fáciles de encontrar si, por algún motivo, tienen interés en ellas. ↩
- Sin entrar a valorar (en esta ocasión) que hubiera que esperar hasta 2004 para contar con legislación específica para un tema de tanta gravedad. ↩
- O, al menos, lo mismo que podría hacer su contrapartida masculina sin sufrir mayores consecuencias y con mejores sueldos por el mismo trabajo. ↩
[…] lo que opiné en su día en “Presunción de Manada”. Por ejemplo, tengo claro que no me gustan las turbas, los linchamientos y los juicios […]
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