Hoy el teclado predictivo de mi móvil no sabe escribir «fistro», y se empeña en quitar letras cuando escribo «¡Cómorl!». El corrector del ordenador insiste en corregir «ioputar», y Siri se queda sin respuesta cuando le pregunto si se da cuen. Así estamos.
Se nos ha ido Chiquito de la Calzada, uno de los mayores humoristas españoles de todos los tiempos. Es difícil hacer un humor tan particular y universal a la vez. Hay gente que defiende que el humor no debe conocer límites (más aquí), y utilizan esa creencia para ofender como si les pagasen por ello (y es que lo hacen). Pero, en realidad es el humor de Chiquito el que realmente no conocía límites: ni temáticos, ni fonéticos, ni idiomáticos.
En sus chistes, como en un viaje, lo de menos era el destino y lo importante el proceso. Podías empezar con ese hombre pecador de la pradera que venía de Bonanza, y acabar con grandes dolores de diodeno vaginal. Y, total, que te acababas riendo aunque conocieras el final de la gracia, aunque tardase cinco minutos para contar un chiste de veinte segundos, o aunque directamente hubiese empezado el chiste contando el desenlace. Porque era Chiquito.
Hacer humor absurdo parece fácil, pero es muy difícil. Para que el humor absurdo tenga sentido (lo cual es absurdo) hay que saber manejar muy bien la escena. Hay que saber combinar repetición de elementos, teatralidad, manejo del tiempo. Es la diferencia entre que lo que haces sea gracioso o patético. Chiquito de la Calzada era un dominador de esas facetas.
Ya habrá bastantes personas por ahí que alaben su vida. Pérez-Reverte, certero a veces, cuñado lenguaraz en otras ocasiones, le dedicó este hermoso artículo hace ya algún tiempo.1 Yo no sé demasiado en ese aspecto. Soy poco mitómano. Sé que Chiquito parecía una buena persona. Sé que trabajó mucho como cantaor para triunfar pasada la sesentena como humorista. Sé que tuvo mucho hater antes de que eso fuese una palabra y que acabó rindiendo a todo el mundo a sus pies. Y sé que si la academia de la lengua realmente recogiese la manera en la que habla la gente, el español de uso, «fistro» estaría en el diccionario, probablemente acompañado de otros vocablos como «norrr», y expresiones como «pecador de la pradera». Son vocablos que han superado la prueba del tiempo y del uso con más éxito que otras presentes en ese cementerio de palabras. Como cederrón. ¿Alguien dice cederrón, o conoce a alguien que lo diga? ¿O alguien que los use, ya que estamos?
Para que el humor absurdo tenga sentido (lo cual es absurdo) hay que saber manejar muy bien la escena
Chiquito renovó el humor de una forma tan personal que no ha tenido seguidores de éxito. Su humor era demasiado personal para crear escuela. Surgieron imitadores, pero no continuadores: eran personas disfrazadas haciendo ruidos guturales, contando chistes de guión, diciendo ¡jarl! en lugar de haciendo ¡jarl! El tipo de humor que planteaba Chiquito desaparece con él.
O quizás sea al reves. Quizás su humor no desaparezca nunca y permanezca en la esencia de «lo nuestro». Ya saben «lo nuestro», ese conjunto de cosas que generan consenso tácito, como la tortilla de patata. El humor de Chiquito es vivaz, es metalingüista, es absurdo, es sentido, es sinsentido, es dulce, es gracioso, es trepidante, es un dejarse llevar… Es algo a conservar.
Así que, salve, maestro. Aquí nos quedamos los demás, después de los dolores. Hoy leeremos alabanzas en tu nombre, y espero que ninguna de ellas, por serio que sea el medio, esté carente de alguna de tus expresiones. Porque fuiste el más grande. Que no te digo trigo por no decirte Rodrigo, fistro de persona humana.
- Creo que es de Arturo Pérez-Reverte. No he logrado confirmar la autoría, aunque la prosa parece suya, no como otras que le intentan colar. Es un hermoso artículo, en cualquier caso. ↩
[…] (y enorgullecemos) por no seguir nunca la estricta actualidad (salvo cuando tiene que ver con Chiquito de la Calzada) porque somos muy de reflexionar con las zapatillas puestas. Y de usar el plural mayestático […]
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