De risa

Vaya semana que llevamos. De risa. Como si no hubiese sido poco con los atentados de la semana pasada ahora el Daesh dice que va a matarnos más. La respuesta, ya la conocen, si es que no acaban de llegar de vacaciones de algún ignoto lugar sin conexión a internet: la gente de este país no se ha adherido al ya clásico «con Mahoma no os atrevéis» y han decidido tomárselo con humor a costa del bueno (es un decir) de Yasin Ahram Pérez, hijo de la Tomasa.

En general esta respuesta de la opinión pública ha sido bien recibida. Hay gente que la considera una buena forma de luchar contra el terror, aunque hay voces discrepantes. A mí, la verdad, poder hacer humor tan cerca de la tragedia me parece una señal de resiliencia y de salud mental más que un ejercicio de frivolidad. No obstante, establecer los límites del humor (si asumimos que debe tenerlos) es un debate eterno.

En puridad, podríamos establecer la existencia de dos tipos de personas: las que creen que el humor debe tener límites y las que creen que no. Dentro del primer grupo no es posible encontrar un acuerdo unánime sobre cuáles deberían ser esos límites y, dentro del segundo grupo, es relativamente sencillo encontrar un chiste que les parezca inapropiado o de mal gusto (especialmente si no recuerdan que se supone que creen que el humor no tiene límites). Así que podemos dividir a las personas en dos grupos: las que creen que el humor debe tener límites y las que también lo creen, pero no lo saben.

El humor no es algo fácil de definir. Freud decía que era una manera de resolver el conflicto interior y la ansiedad, y que permitía expresar cosas prohibidas, pero el problema es que a Freud le gustaba más decir cosas que demostrarlas. Tampoco podemos culparle, pero seguramente sea preferible tomar sus afirmaciones con cautela. Ya en nuestra época, el neurocientífico cognitivo Scott Weens dice que el humor es la manera que tiene el cerebro de procesar provocaciones (no muy grandes) a nuestros valores y de puentear discrepancias cognitivas moderadas.

Al redactar los documentos que recogen los derechos intrínsecos y fundamentales de los seres humanos se ha considerado imprescindible y categórico reafirmar específicamente la libertad de creer en seres cuya existencia no puede demostrarse, pero no se ha considerado imprescindible señalar la libertad de reírse y hacer bromas. Parece un mal chiste

No puedo ser demasiado académico, no sé tanto del tema. Lo que sí puedo afirmar es que considero el humor parte fundamental de mi manera de ver el mundo y, aún así, observo con desasosiego que no está recogido en la Constitución Española ni en la Declaración Universal de Derechos Humanos. Ya, ya sé lo que me van a decir, que está amparado dentro de la libertad de expresión. Pero es que no es lo mismo: yo quiero que tenga epígrafe propio. Porque, por ejemplo, podíamos haber incluido la libertad religiosa dentro de la libertad de expresión y/o dentro de la libertad de pensamiento, y no nos hemos limitado a eso. Y, al igual que por causa de fe, la gente ha sido y es perseguida por hacer chistes, y encima viejos. Al redactar los documentos que recogen los derechos intrínsecos y fundamentales de los seres humanos se ha considerado imprescindible y categórico reafirmar específicamente la libertad de creer en seres cuya existencia no puede demostrarse, pero no se ha considerado imprescindible señalar la libertad de reírse y hacer bromas. Parece un mal chiste.

Pero no creo que el humor deba ser soberano absoluto y que no tenga que responder a nadie. Aunque le otorgue las más altas credenciales creo, estoy convencido de ello, que el humor debe tener límites. Comparto que es una labor compleja establecer esos límites, y me siento dichoso de no ser la persona encargada de establecerlos. Pero tengo claro, por ejemplo, que la célebre portada de «El Jueves» hubiera debido estar amparada por la libertad de expresión, al igual que creo que los chistes machistas y racistas debieran ser objeto de reprobación. Tengo dudas de si esta reprobación debe ser legal o meramente social y, en el caso de ser legal, dónde marcar el límite de lo aceptable. ¿Cuándo un chiste, una gracia o una ocurrencia deja de ser un mero ejercicio intelectual y pasa a ser un delito de odio? Más aún ¿por qué un chiste sobre –por ejemplo– Carrero Blanco es más ofensivo que una película cómica que se desarrolle en un campo de concentración? Y sobre todo ¿condenar a la gente por hacer chistes va a traer algún resultado favorable? ¿No sería, en general, más efectivo una contundente sanción social, un desprecio generalizado por esas manifestaciones? Son preguntas para las que no tengo ni los conocimientos, ni el tiempo, ni la sabiduría para darles respuesta.

No obstante, la utilidad pública del humor es innegable, y no hablo solo de lo bien que sienta reírse. Miren, los chistes que una persona considera aceptables y está dispuesta a decir en público nos dan una idea de algunas de sus estructuras de pensamiento, y eso es un dato útil. Por ejemplo, cuando oigo a alguien hacer un chiste machista o racista procuro hacer dos cosas: 1) no reírme y 2) tomar buena nota mental de quién lo ha hecho, para saber a qué atenerme. La gente no te suele decir abiertamente cosas como «soy un machista de mierda», por eso es práctico que vayan dejando útiles indicios.

En el humor no todo es aceptable
En el humor no todo es aceptable

Oh, lo sé, lo sé, nada es blanco ni negro, y seguro que ustedes me podrían hablar de personas maravillosas que hacen chistes machistas y luego se van a Kenia a luchar contra la malaria y donan al Estado lo que les sale a devolver de la declaración de la renta. Yo también fui así 1. Pertenecía a ese despreocupado colectivo de gente que piensa que se puede hacer humor de todo y, tomando esa frase como patente de corso, decía lo que se me pasaba por la cabeza, sorprendiéndome de ser conminado en ocasiones a meterme una chancla en la boca. Eso es lo bonito de la libertad de expresión: que va en los dos sentidos. Si has hecho un chiste de mal gusto dentro de los márgenes legales de la libertad de expresión 2 no llores cuando te lo devuelvan.

Pero la verdad es que ahora mi forma de pensar es otra. Ahora existen muchos chistes que no considero aceptables, muchas formas de humor que no considero aceptables. Supongo que en cierto sentido siempre las hubo. Uno no recuerda siempre bien el pasado, pero no me imagino en ningún momento de mi vida pareciéndome humorístico tirarle monedas a mendigos para partirme viendo cómo las cogen. Tampoco me gusta que disfracen a los animales de payaso ni que se haga mofa de ellos, seguramente a raíz de saber más sobre las condiciones en que se encuentran, o del sufrimiento asociado. Podría seguir.

Entonces ¿Me he vuelto un cascarrabias, un pureta, un amargado que sólo se ríe con películas de Ozores (huy, no, machista) o con las formas más tenues de humor blanco? Yo diría que al contrario. En realidad, meditando sobre qué humor me parece aceptable y cuál no encontré un criterio. No me gusta que se haga humor sobre las víctimas, sobre la gente que sufre, sobre la parte débil. ¿Y cuando lo hace la propia víctima, la propia persona que sufre, también está mal? ¡No! Eso es una forma de empoderarse, es una forma de desestigmatizarte. Además, hay una enorme diferencia entre hacer un chiste sobre algo y entre que algo aparezca en un chiste. Hacer burla es una cosa, y normalizar otra distinta.

Por oposición, es fácil detectar dónde prefiero que apunte el humor. Al otro lado. A la opresión, al abuso, al poder. El humor que apunta hacia abajo es complaciente; el que apunta hacia arriba, germinativo y recalcitrante: es el que nos hace mejorar y exigir que mejoren. El humor siempre debe estar apuntalando a la víctima y siempre apuntando al verdugo. No hay mejor forma de demostrar que no tienes miedo que riéndote.

Es por eso que me gusta tanto que, cuando tras un atentado terrorista un yihadista disfrazado del Che Guevara (porque no va a hacer la yihad vestido de transformer) nos amenaza de muerte, nuestra reacción sea partirnos el culo de él. De ellos. Queríais asustarnos y no podemos parar de reírnos. Lo que hacéis es patético, pero vuestras amenazas sólo nos dan risa.

  1. Bueno… más o menos…
  2. Insultar no es un chiste, amenazar a una persona no es humor. Degradar a una persona o colectivo no es humor. Insinuar que determinadas personas o colectivos deberían ser exterminadas no es humor. Que haya que recordar esto a día de hoy no es humor

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