La ética del spoiler

Decir que toda vida acaba en muerte no puede considerarse un spoiler. Tampoco revelar que Bruce Willis es un fantasma al final de «El Sexto Sentido», ni mucho menos decir que Ilsa, siguiendo el mandato paternalista de Rick, se marcha al final de «Casablanca». En cambio, hablar del final de «Juego de Tronos» puede entrar aún en el terreno de lo peligroso: contar que ya-sabes-quién hace ya-sabes-qué en Poniente/Westeros puede acabar con largas amistades en menos de lo que tarda un cuervo de la Guardia de la Noche en hacer el trayecto de Santander a Murcia.

Spoiler es una palabra nueva por estos pagos, un anglicismo sin traducción evidente al castellano 1 (así que es previsible que la RAE acepte espoiler en 2047, más o menos), pero el concepto que nombra es más viejo que respirar. Lo que pasa es que antes no era un fenómeno tan común: Para empezar, nuestra mayor ventana a las producciones audiovisuales era la televisión, y las reposiciones podían tardar años en venir. No existía internet, así que si te perdías algo te lo habías perdido para siempre (salvo que fueras de uno de esos pocos hogares que tenían video y supieras programarlo), y el número de cadenas era limitado, así que todo el mundo veía más o menos lo mismo. Esto puede parecer marciano al millenial estándar pero, cuando te perdías un episodio de una serie, al día siguiente pedías a tus amistades que te contaran lo que había pasado. No lo podías buscar en twitter, ni buscarlo en internet porque (repito esto por si cuesta asimilarlo) antes no había internet. El mundo era un lugar oscuro y lleno de peligros.

-¿Recuerdas el mundo antes de internet?
-¿Recuerdas el mundo antes de internet?
Para que el spoiler sea posible es preciso que existan comunicaciones culturales no sincronizadas. Así que antes sí que había spoilers, pero se daba más con el cine o con los libros. El «¡spoilers no!» de ahora se convalida por el «¡no me cuentes el final!» de antes. La idea era la misma. Desde que se estrenaba una película en cines hasta que llegaba a la televisión podía pasar un lustro. Yo diría que el estreno en televisión de una película marcaba oficialmente el fin del periodo de riesgo de spoiler. Si no la habías visto ya era dejadez tuya, así que te atenías a las consecuencias.

«Crónica de una muerte anunciada» empieza con un spoiler tramposo, dado que en un libro de Márquez el final no tiene más importancia que cualquier otra parte del mismo. La torpe traducción al castellano de «Rosemary’s baby» («La semilla del diablo») te hace un spoiler brutal que prácticamente te puede ahorrar ver la película. Acabar la Biblia con un capítulo que se llama «Apocalipsis» es un chafe de la tensión narrativa, pues apenas estás en el «hágase la luz» y ya sabes que al final el mundo explota.2

Hay algo en nuestra programación neuronal íntima sobre los spoilers que nos atrae y nos repele. Cuando alguien te pregunta si querrías saber cómo vas a morir, te está preguntando si querrías un spoiler de tu propia vida o si prefieres vivirla episodio por episodio. No creo que haya una respuesta correcta a una pregunta así. Quizás lo interesante sería poder vivirla varias veces, una para sorprenderte con las novedades y la otra para poder disfrutarlas con más intensidad, como más o menos se llega a concluir (¡atención, mini-spoiler!) en About Time

A veces el spoiler viene disfrazado de mala amenaza: hay novelas o películas que se anuncian con la coletilla de «un final inesperado que le sorprenderá». Carteles, sobreimpresiones, faldones que te dicen que hay material para spoiler. Más allá de la reiteración de afirmar que hay algo inesperado que te sorprenderá, es una treta publicitaria que me suele dejar bastante frío. Frente a un anuncio así pongo en marcha la imaginación desde el primer minuto para buscar la sorpresa. Si al final resulta que el protagonista es, pongamos, un fantasma me quedo bastante parado porque, prevenido de que iba a ser sorprendido, me había puesto en lo peor y había asumido que el final iba a consistir en un ejercito de unicornios mutantes zombis que destruirían el tejido de la realidad con sus eyecciones radioactivas. 3. La realidad nunca supera la ficción. Eso sólo puede afirmarlo una persona con muy poca imaginación. Coge la realidad, por extraña que sea, y añádele unicornios zombies.

Pero hay que reconocerle a la realidad que es complicada. Nuestro cerebro es incapaz de diferenciar recuerdos reales de los ficticios. Por eso viendo «La Historia Interminable» se sufre una congoja real cuando Artax se hunde en el pantano de las lágrimas y una preocupación honesta por lo que Fujur Gmork pueda hacerle a Atreyu. 4

«Soy Fujur. Me dedico a vagar por zonas desfavorecidas en busca de chicos guapos inconscientes para dormir con ellos. No creo en los pijamas».
Además, la narración es una de nuestras formas favoritas de digerir información. Por eso comunicamos información relevante a través de los cuentos, o creamos complicadas epopeyas para saber quiénes son los buenos o quiénes son los malos.. Con el perfeccionamiento de la comunicación audiovisual y de las formas de comunicación eso ha ido a más. Hasta los anuncios tienen que ser historias. Todo tiene que tener narrativa. Y cuando todo es narrativa, todo puede ser objeto de spoilers. Es posible que dentro de poco protestemos porque nos hagan spoilers de las noticias:

–¿Te has enterado de la última de Trump?

–¡No me lo cuentes, que lo voy a ver cuando llegue a casa!

–Pues resulta que fue al senado…

–¡Spoilers no! ¡Spoilers no!

–…¡Y lo que pasó después te sorprenderá!

Hay una manera bastante segura de evitar los spoilers, y es leer los clásicos. Los clásicos son esos libros que todo el mundo quiere leer pero poca gente lo hace. Estos días se ha hecho viral la noticia de una madre que quería hacer a sus semillitas leer Anna Karenina pidiéndoles un dato de la novela para poder acceder a internet. Seguro que si la clave del WiFi fuese el verdadero nombre de Jon Nieve sus criaturas no dudarían ni un segundo. Es difícil encontrar a alguien que te pueda destripar el final de «La Regenta». Si preguntas por la calle por el final de «Guerra y Paz» lo más probable es que te miren, lo piensen y te digan «¿con paz?». Háganme caso: los clásicos son a prueba de spoiler5.

En realidad, el spoiler es un fastidio porque te priva del placer de descubrir las cosas por ti mismo. Descubrir, aprender, es un placer de la vida. Pero saber algo que los demás no saben también es un gran placer. Por eso descubrir las cosas pronto, antes que el resto, es un valor añadido, porque disfrutas dos veces: descubriendo y revelándoselo a tu infortunado entorno. Mal se tiene que dar la cosa para que no puedas destripare de modo inocente el final de una película «por error» o «porque pensabas que ya la habías visto» si eres de los primeros en disfrutarla. Es una forma como otra cualquiera de amortizar una subscripción a Netflix o HBO.

  1. «Reventar», «destripar» tendría un significado parecido, pero no es exacto
  2. Bueno, no exactamente. Ya saben, lo de la bestia de siete cabezas, el Anticristo, Juan Evangelista pasado de tripi…
  3. Aviso amistoso para gente creativa: no me avisen de que me van a sorprender. Sorpréndanme.
  4. Y un poco de vergüenza ajena por los efectos especiales de los 80’s.
  5. Cuando iban a estrenar «Troya» en cines me leí «La Iliada». Lo hice porque, bueno, es un clásico que no viene mal leer. Pero sobre todo para poder resoplar en las escenas mal adaptadas, como hicieron mis amigotes frikis durante el metraje entero de «El Señor de los Anillos». Así pude vengarme refunfuñando mientras clamaba «¡esos trirremes son demasiado numerosos!» o «¡No aparecen los solípedos caballos por ninguna parte!». La moraleja, si quieren una, es que hay muchos motivos que te pueden llevar a leer los clásicos.

3 comentarios

  1. Hola Jedagón. Solo un detalle tiquismiquis: «La torpe traducción al castellano de “Rosemary’s baby” (“La semilla del diablo”)» . ¿Qué sustancia legal o ilegal crees que tiene que haberse tomado alguien para leer «Rosemary’s baby» y que le salga «La semilla del diablo»? ¿Y «Soñando, soñando triunfé patinando»? Basta de culpar a la traducción, eso es un tema de la productora que considera que ese título resultará más atractivo.

    Y sobre los spoilers. Si una historia está bien contada, el spoiler solo le quita un poco de brillo, pero te sigue llevando. O eso pienso yo. Y Telma y Louise se caen. 😛

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    • Qué te puedo decir. Estoy de acuerdo: no es culpa de la traducción sino del vil metal. Ah, la piquilla profesional XDDD. También es verdad que «El bebé de Rosemary» suena a secuela de «Tres solteros y un biberón».
      Y es cierto que un spoiler puede incluso ser beneficioso. Un trailer no deja de ser un spoiler controlado…

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