El pecado de aburrirse

Se habla mucho de la cantidad de gente que han matado las religiones, pero poco de la cantidad de maldades que ha traído el aburrimiento. No sé ustedes, pero yo he hecho cosas horribles 1 porque me aburría. Y, honestamente, ni siquiera puedo decir que sean horribles, porque hicieron que dejara de aburrirme, así que por buenas las doy. No me veo matando a nadie por ninguna religión pero, desde luego, no honraría a ninguna deidad que no considerase pecado el aburrimiento.

No soy el único. No nos engañemos: la gente ha votado a Trump porque se aburría. Obama tendría sus cosas, pero no nos daba tanto juego. Una vez pasada la novedad de que EEUU había votado a un presidente negro por primera vez en su historia la cosa se fue diluyendo. El Comité Nobel, en un intento de animar el cotarro, le dio el premio Nobel de la Paz, pero ni por esas. La peña del comité, otra que ya no sabe qué hacer para divertirse.

En realidad, la mayoría no sabemos gran cosa de Trump. Sabemos que salía en los Simpsons, que fue empresario, que es racista, que es naranja y que sale muy gracioso en los memes. También sabemos que es un bocachancla, que justifica (y practica) el acoso a las mujeres, que escribe en Twitter a deshora y que es impulsivo e iracundo. Es el sueño de cualquier humorista.

¿Sabríamos decir las diferencias básicas entre el pensamiento económico de Obama y Trump? Yo, como Ahmadineyad, si quieres te lo miro (aquí y aquí, por ejemplo), pero así a bote pronto se puede afirmar que, si bien la política de Trump quiere ser más proteccionista y acabar con redistribuir el gasto público, podemos dar por seguro que ambas políticas son de claro tinte liberal. No es que en EEUU (o en Europa, ya que estamos) haya mucho más en el menú 2. En realidad, las risas con Trump vienen, sobre todo, porque no sabes por dónde va a salir. Y, reconozcámoslo, tener dentro esa cosilla de que puede haber una guerra nuclear será muchas cosas, pero aburrido no.

Existe un adagio en Sociología que dice que la gente prefiere la seguridad a la justicia. Dándolo por bueno, añadiría que la gente prefiere no aburrirse a la seguridad. Eso nos explicaría el triunfo de Trump. Piénsenlo: evalúen su historia personal a la luz de ese hecho. Evalúen la historia de la humanidad bajo ese principio. Busquen los acontecimientos inexplicables que se les ocurran y pregúntense: ¿Se estaban aburriendo antes de hacer eso? (ustedes sabrán a qué me refiero). 

Por ejemplo: La Primera Guerra Mundial. Que si es un fruto de la Paz Armada, consecuencia del Concierto Mundial surgido del nuevo orden mundial surgido de la Conferencia de Berlin de 1885. Dicho así, parece que sabes de qué estás hablando. Pero ejerciendo de Historiador Cuñado Residente® podemos configurar la Gran Guerra como una situación en las que los países tenían muchas armas nuevecitas, habían inventado muchas formas de matar muy rápido y se habían cansado de no poder probarlas los unos contra los otros cerca de casa. Si te lo paras a pensar, la Guerra Mundial es el antecesor directo de la Champions League de fútbol. Es decir, que estaban aburridos de no hacer nada, que matarse en las colonias ya no les llenaba. En serio ¿alguien se cree que la muerte del Archiduque explica lo que pasó?

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«¿Cómo que no puedo estrenar mi bomba?»
 En España también tenemos lo nuestro. Por favor, miren nuestro histórico de presidentes del gobierno. Existe un amplio consenso subterráneo que nos lleva a escoger alternativamente un presidente (más o menos) normal y uno (más o menos) para reirnos: lo que pasa es que no nos ponemos de acuerdo de cuál es cuál, y eso nos da a su vez la oportunidad de infinidad de tertulias resumidas en «y tú más». Dentro de los límites de «normalidad» que puedes escoger en las cúpulas de los partidos políticos, claro. Que con los Borbones tendremos la excusa de la endogamia, pero a veces parece también que las familias de los presidentes del gobierno lleven quinientos años cruzándose entre si.

Terry Pratchett puso en boca de la Muerte que la humanidad era muy interesante, porque en un Universo tan lleno de maravillas había decidido inventar el aburrimiento. Y es verdad. Como decía mi madre (siguiendo, supongo, las directrices del Canal Internacional de Comunicación Instantánea de Madres) si te aburres es porque quieres o, en versión proactiva, si te estás aburriendo ven aquí que ya te doy yo qué hacer. El aburrimiento no deja de ser un estado en el que la pereza se consume a si misma: demasiada vagancia para hacer algo, pero no tanta como para no sufrirla. Es un mal lugar donde encontrarte si no eres un gato.

Tales, llevando una vida plena.

Quizás soy yo que lo estoy entendiendo mal. Quizás el problema es que no nos aburrimos lo suficiente. Santiago Alba Rico (que fue guionista de la Bola de Cristal y, por tanto, responsable de la programación ideológica de gran parte de mi generación, yo incluido) lo elogia como combustible para la creación y el pensamiento, y lo señala como «una de las cosas que prohibe el capitalismo». No está solo. Es poner «elogio del aburrimiento» en mi buscador favorito y se reavivan mis ganas de ponerme en contra. Ya me entienden.

Pero al defender el aburrimiento se suele asumir un error de concepto: lo que «prohibe» el capitalismo, lo que recomienda la pedagogía de a tanto el kilo, no es el aburrimiento, sino no hacer nada. O, peor aún, no hacer nada productivo. Parece que si nos aburrimos seremos mejores personas, nuestros hijos e hijas estarán mejor educados e, incluso, nuestra generación será más valiosa 3. Pero en ningún punto se explica esa alquimia que proponen por la que ese aburrimiento nos llevará a escribir la Regenta un par de veces todas las tardes cuando, finalmente, nos pongamos a hacer cosas.

No cuela, oiga. Estar aburrido es una braga, y no me van a convencer de lo contrario. En contra de lo que insinúan las apologías del aburrimiento, estar reflexionando no es «estar aburriéndose», ni tampoco lo es estar leyendo un libro tirado en el sofá (bueno, puede depender del libro). Pero es que estar tirado en el suelo mirando al techo tampoco es «aburrirse», si eso es lo que quieres estar haciendo o lo que te pide el cuerpo. Aburrirse es querer hacer algo que te motive, te excite o te apetezca y no puedas definirlo o no te sea posible hacerlo. Es un estado del que es mejor salir cuanto antes. Si no, podrías acabar declarando la guerra a una nación contigua, o aupando al poder a la próxima cara graciosa del gobierno. Mejor no arriesgarse.

No se aburran.


  1. Quizás cosas «inconfesables» sea más correcto que «horribles». 
  2. Hay alternativas económicas al neoliberalismo. Que nadie entienda que digo lo contrario. Pero a día de hoy son alternativas, y no opciones. Y como alternativas ocupan un lugar secundario en el ideario y en el nivel de expectativa del mercado electoral. 
  3. La frase «una generación que no soporta el aburrimiento será una generación de escaso valor» se le atribuye a Bertrand Russell. Me he resistido a creérmela a pesar de la prueba casi irrefutable de que aparece en imágenes de internet junto a su foto en blanco y negro. Lo más parecido que he encontrado es: «una generación incapaz de soportar el aburrimiento será una generación de hombres pequeños, de hombres excesivamente disociados de los lentos procesos de la naturaleza, de hombres en los que todos los impulsos vitales se marchitan poco a poco, como las flores cortadas en un jarrón», dentro de su libro La conquista de la felicidad. No obstante, su idea de «soportar el aburrimiento» hace referencia a soportar una vida sin constantes distracciones ni entretenimientos continuos, sin propósitos. Nada que ver con lo que parece decir la frase suelta. Russell tiene una posición ambigua con el aburrimiento, al que divide en dos clases, uno «fructífero» y otro «ridículo». 

2 comentarios

  1. Como siempre, tu verborrea ilumina con luz de carretera lo que sería un día cualquiera en mi pecera. Me ha gustado especialmente la distinción entre el aburrimiento y el no hacer nada. Yo nunca me aburro, pero sí que a veces soy un entusiasta practicante del «dolce far niente».

    Una buena amiga, psicóloga de profesión, me comentó una vez que en sus terapias animaba a sus pacientes con ansiedad, depresión o falta de atención a no hacer nada, si eso es lo que el cuerpo les pedía. Siempre y cuando la decisión fuera consciente y no hubiera auto-reproches luego. El problema está, creo yo, en que existen dos tipos de no hacer nada: el consciente y el involuntario. Y el aburrimiento no es más que el constructo (quería usar esta palabra que tanto te he oído decir) mental que surge del segundo tipo.

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    • ¡Si es que no hacer nada es uno de los grandes placeres de la vida! Salvo que quieras hacer algo, claro… Había leído en un libro contra la procrastinación un enfoque similar a lo que comenta tu amiga. Allí te mandaban reservar en la planificación semanal bloques de tiempo de «juego libre de culpa», que consistían básicamente en hacer lo que te apeteciera, incluyendo, muy especialmente, la posibilidad de no hacer nada.
      «No hacer nada» es una expresión que tiene mala fama, pero buen desarrollo. 🙂

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