Colombos y Pacinos

Hay un género de películas que se conoce como “películas que ni fu ni fa hasta que llega Al Pacino y suelta un discurso”. Entonces se te quedan clavadas en la memoria: no es que el discurso las haga buenas pero te obliga a plantearte si lo son. ¿Ejemplos? «Any Given Sunday» (Un domingo cualquiera), «Scent of a Woman» (Esencia de Mujer), «The Devil’s Advocate» (Pactar con el Diablo).

Y eso que tengo que confesar que de jovencito tendía a confundir a Al Pacino y a Dustin Hoffman. No era la única confusión que sufría entre actores. Me pasaba lo mismo con Johnny Depp y Keanu Reeves, y con Arnold Schwarzenegger y Woody Allen.1 Entenderán que eso hizo que tuviese una niñez y una adolescencia un tanto confusas, nunca recordando quién había hecho qué película, ni sabiendo con certeza cuál era el buen actor y cuál no (en el caso de que hubiese uno bueno).

Lo que me dio el empujón final para diferenciar a Pacino y Hoffman fueron los discursos del primero. No recuerdo a Hoffman dando arengas. En la historia del cine, si es justa, recordaremos a Pacino por su capacidad de emocionar hasta cuando está hasta arriba de botox y a Hoffman por sus abusos sexuales. Cada uno en su sitio.

No sé si se han dado cuenta, pero vivimos en una época de crisis de los discursos. Piensen en discursos famosos. “Famosos-famosos”, así como para entrar en los libros de historia. A bote pronto, a mi me vienen a la cabeza el de “sangre, sudor, lágrimas y otros fluidos” de Churchill, el discurso por los derechos civiles (I have a dream) de Martin Luther King y, ya forzando (en lo que a libros de historia se refiere), el de Steve Jobs en Stanford. Ya sé que hay más, pero hablo de los primeros que me vienen a la cabeza. El resto que se me ocurren son ficticios: Theoden en los Campos de Pelennor, William Wallace antes de gritar libertad, y otras fricadas del estilo. Ninguno de rabiosa actualidad. Ninguno de este año, o este siglo. Ninguno de mujeres, a las que se enseña desde niñas que mejor callar y escuchar a los próceres, no vayan a dar ellas un discurso y les salga bigote, valgamelcielo.

Puede que la crisis de los discursos haya sido provocada por los medios de comunicación en general o por el cine en particular. Es muy difícil competir con las expectativas: las pocas veces en mi vida en las que he soltado un discurso me ha sorprendido muy desagradablemente la ausencia de música inspiradora de fondo. Y las veces que he asistido a discursos me han resultado, con honrosas excepciones, pedradas dialécticas. 2 No es fácil competir con Pacino. Quizás estamos sometidos a tanta información que es difícil que algo tan largo y tan específico como un discurso supere el filtro de nuestra atención el tiempo suficiente como para que lo recordemos.

Un discurso es como un “grandes exitos”. Es como una lata de conserva de ideas. ¿Te gustó el libro? No, me gustó más el discurso. Ya saben, algo así. Los discursos funcionan mejor cuando ya conoces más o menos cómo piensa la parte discursante, porque es más fácil sestear y reconocer los momentos de aplauso y escándalo. Quizás a día de hoy se da menos importancia a los discursos porque la verdad se ha vuelto más maleable, y es difícil encontrar suficientes argumentos de consenso como para que resuenen en el conjunto de la población. O quizás es que los discursos han cambiado de forma, y ahora se ganan la vida en forma de tweets. Vivimos en una época en que es difícil argumentar que exista algo que no puedas condensar en 120 caracteres. Y a veces no es sencillo, porque aunque hagamos poco caso a los discursos nos encanta que existan. Somos así.

Vivimos en una época en que es difícil argumentar que exista algo que no puedas condensar en 120 caracteres.

Por ejemplo, en España tenemos la costumbre de que el rey dé un discurso todos los 24 de diciembre, llueva o haga frío, antes de ponernos a comer como si no hubiese un mañana. El discurso es grabado con antelación, principalmente para que se pueda hacer en día laborable y no tener que pagarle el festivo a Su Majestad que, conociendo a los Borbones, seguro que los cobra más caros que la salida de un cerrajero cocainómano a las tres de la mañana de un domingo.

Todo el mundo está de acuerdo en que la figura del rey es, más o menos, decorativa. Este pensamiento lo logramos compatibilizar, en un ejercicio de íbero pragmatismo, con el hecho de que sea el Jefe de Estado, que no sea cargo electo y que carezca de responsabilidad penal. Todo muy lógico. En casa teníamos un ficus que también era solo decorativo, pero la Constitución no le dedica ningún Título. Murió en extrañas circunstancias y, al no estar definida la línea sucesoria, ahora vivimos en un vacío de poder vegetal. Un jaleo, como se pueden figurar. No sé si al redactar la Constitución estaban intentando evitar una situación semejante.

El discurso del rey es como el catálogo de Media Markt: no dice nada nuevo, pero lo ojeas de todas formas, no vaya a ser que en el día sin IVA te vendan una república a buen precio. Y, como era de esperar, el discurso de este año no albergó grandes sorpresas: Que la democracia está guay, que la economía va bien excepto para la gente que no, que hay problemillas en Cataluña y en Europa (nada grave, no se asusten, dijo su majestad con borbónica cachaza), que el cambio climático, el terrorismo yihadista… Parece ser que todo lo que está bien, está bien, y que lo malo lo vamos a arreglar entre todos, que ya saben lo que significa eso en idioma borbónico. Algo así como hicimos con el rescate a la banca, y miren qué bien ha salido.

Incluso tuvo tiempo a hacer un “solo una cosa más” en el más genuino estilo de Colombo, antes de volver a sus quehaceres reales 3 para decir que él, en particular, está más en contra de la violencia de género que a favor. Es un alivio. Yo no es por hacer demagogia, pero al “tema catalán” le ha dedicado seis párrafos expresos, más las indirectas del resto del discurso, y al terrorismo machista lo ha ventilado con un “pues a ver si vamos haciendo algo” que se me queda un poco corto… Pero es que las feminazis somos así.

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-Me llena de odgullo y zatisfacción…

Yo también tengo una relación ambivalente con los discursos. Verán, es que cuando nos hablan es más sencillo apelar a nuestras emociones y menos a nuestra razón, y a mí me gusta escuchar lo que tiene que decir la razón. Pobrecita, le ha tocado vivir una época difícil. En su honor, para saber cómo van las cosas prefiero leer el BOE antes que escuchar al presidente del gobierno, con la ventaja añadida de que son actividades igual de divertidas. Si acaso, el BOE tiene una mayor capacidad de crear suspense e hilvanar subordinadas. El papel lo aguanta todo, y luego no puedes negar haberlo dicho: eso el BOE lo sabe.

Pero tampoco quiero llamarme a engaño con esto de los discursos. Tener un blog es un poco como comprometerse a dar un discurso por semana, con la salvedad de que la gente se puede marchar en el momento que quiera y te puedes quedar tranquilamente hablando a un auditorio vacio. Tampoco hay vino ni tentempié al final. No pasa nada. Un discurso puede ser bueno aunque no lo escuche nadie. La audiencia es secundaria para quienes hablamos por amor a la palabra y para apreciar mejor el silencio. Bueno, más o menos. A (casi) nadie le amarga un trending tópic.

Y a veces me pregunto si Al Pacino tendrá un blog. Me pregunto si en él también parecerá que tiene razón siempre, o si es algo que no se traslada a la palabra escrita. Me pregunto cómo sería si Al Pacino diera el mensaje del rey cada nochebuena y nos recordara que la vida son «las seis pulgadas frente a tu cara». Yo, de momento, me planteo objetivos más humildes y me conformo, si acaso algún día, a inspirar sin abrir la boca, y a decir lo justo con cada palabra.


  1. Vaaaaaaale, esta última es broma… 
  2. Si he asistido a tu discurso, ese fue una excepción. 
  3. Textualmente, comienza el párrafo diciendo “Tenemos otras muchas preocupaciones pero…” 

2 comentarios

  1. Ostras, qué buena idea, que el doblador de Al Pacino le ponga la voz al rey en el discurso. «Señores, nuestra patria… ¡NUESTRA!… ¡JODIDA!… ¡PATRIA! …. está en peligro por el desafío separatista. ¿vamos a permitirlo? Os pregunto ¡¿VAMOS A PERMITIRLO?!».
    ¿Cómo no conmoverse? 😀

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