Libreta para todo

Tendría casi 5 años cuando cogí una libreta usada, le arranqué todas las hojas escritas y titulé la primera página en blanco “libreta para TODO”, seguido de mi nombre. Y es que yo ya desde pequeño era muy resolutivo.

Mi idea era apuntar ahí las cosas importantes, las fechas a recordar y todos esos asuntos de relevancia que tienes que atender cuando acudes a parvulitos1 por la mañana y dedicas las tardes a intentar tener un poco de tiempo de calidad con la familia. La estresante vida infantil.

Yo aún no sabía de la existencia de agendas ni diarios, así que cuando los vi por primera vez (a mi hermano le regalaron uno para su comunión) pensé que alguien me había copiado la idea. Eso fue una constante de mi infancia: encontrarme con cosas que yo pensaba haber inventado primero. Aún a día de hoy dudo si se trataba simplemente de criptoamnesia o más bien de una conspiración de orden mundial que se aprovecha continuamente de mis genialidades y me desposee de las correspondientes regalías.

En cualquier caso, de las primeras cosas que anoté en mi “libreta para todo”, aparte de los teléfonos de mi mejor amigo y el de mi mejor amigo suplente (siempre hay que tener un plan B por si tu mejor amigo no puede bajar al parque) fueron fechas de cumpleaños. Es normal. La idea del cumpleaños me parecía como para hacer estallar la cabeza.

Verán, si tuviera que hacer memoria de mis primeros recuerdos creo que estaría bastante bien posicionado el concepto de “hay un día al año en el que te dan regalos, pero sólo a ti, no como en ese otro día en el que se le dan regalos a todo el mundo, que tampoco está mal, pero no es lo mismo; y a ese día en el que sólo te dan regalos a ti lo llamamos cumpleaños»2. También es importante saber que cuando es el cumpleaños de otra persona tienes que fingir que te pones muy contento, aunque es comprensible que no tanto como en tu propio cumpleaños. Es una de esas pequeñas reglas sociales no escritas sobre las que se cimenta la sociedad.

Perdí mi «libreta para todo» en algún momento nebuloso situado entre los 15 minutos y los tres días posteriores a su nombramiento inicial. No recuerdo los detalles exactos de la pérdida: mi niñez fue un tanto inquieta, factor que no ha mejorado con los años. Después de aquello he tenido más libretas para todo, pero como cada vez era mayor y tenía más práctica, las fui llamando de otra manera, a medida que ellas también cambiaban de forma: Agenda, PDA, teléfono móvil, evernote, Devonthink, libreta de anillas hipster, libreta guay, iPad, ordenador y toda una serie de combinatorias de las anteriores. El mercado de las libretas para todo ha sufrido una importante eclosión, eso es innegable.

Pero desde que perdí mi libreta nada ha vuelto a encajar del mismo modo que antes, y nunca he vuelto a acordarme tan bien de los cumpleaños. Ahora me avisa, a veces, el facebook, el móvil y la gente bienintencionada, pero, qué quieren que les diga, no es tan efectivo como lo fue mi libreta primigenia.

Porque, además, los cumpleaños también han cambiado. Los regalos se han convertido en algo de otro cariz e incluso hay gente que los desprecia. Te dices que es un día como otro cualquiera, que no es tan importante. O incluso te enfadas con el calendario y te rebelas, diciendo que no han sido tantos años como afirma (aunque sin devolver los regalos sobrantes). Negar las fechas. Negar las horas. Negar los sonidos de las articulaciones. Como si eso fuese a representar algún cambio.

A veces pienso que los cumpleaños no son más que una treta que nos enseñan en la primera niñez para que, cuando llegue el momento, hayamos aprendido a no odiar al tiempo. Para ayudarnos a recordar que, antes de empezar a quitarte, primero te trajo regalos. A veces funciona. El tiempo, ese viejo avaro. Qué ironía que, precisamente tú, llegues tantas veces tarde. Aunque al final nunca te olvides de nadie.


  1. «Parvulitos» es el nombre que recibía hace un par de eras geológicas lo que ahora entendemos por Educación Preescolar. 
  2. En mi niñez, siempre pensaba la palabra «regalo» en negrita. 

 

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