Sobre el delicado arte de la no escritura.

Yo en realidad quiero escribir sobre feminismo, geopolítica y sociología aplicada, pero al final siempre acabo escribiendo sobre mi perro y mi gato. O, peor aun, jugando con el perro y el gato en lugar de escribir («peor» según a quién le preguntes, claro, ellos encantados). O, maldita sea mi suerte, no escribiendo nada y pasándome la tarde maltratando mi mente con el pensamiento rumiante de «tenía que escribir para el blog» mientras hago cualquier otra cosa que no guarda relación con la escritura salvo, quizás, de forma tangencial, como adiestrar al perro para que escriba posts largos sobre la configuración mundial tras la victoria electoral de Trump a cambio de queso metido en un kong. Al final siempre acabo hablando del perro.

Pero, en fin, supongo que a toda persona con inquietudes sintácticas le llega un momento de la vida en el que va aceptando que no será el próximo Proust. Tampoco me va mal con ese pensamiento porque, lo confieso, nunca conseguí acabar «Por el camino de Swan». Juraría que no llegué ni a la mítica escena de no-sé-cuantas-páginas de la magdalena. Es un alivio, además, porque me imagino las listas de la compra que haría ese hombre. Donde una persona normal apuntaría «papel higiénico, coca-cola cero, lavavajillas» Proust te escribiría la guía telefónica y el esquema de la secuela. Quizás empezó así, haciendo listas de la compra kilométricas para justificar no ir a hacer la compra («ve tú, cariño. Yo es que me pongo a hacer la lista de la compra y no acabo») y terminó escribiendo los siete volúmenes de «En busca del tiempo perdido». Ya saben que muchos hombres, con tal de no hacer la compra, te escriben sagas literarias si resulta que no hay Champions League ese día.

Cartel de la adaptación al cine de la inmortal obra de Proust. La versión extendida incluye una escena de doce horas de Harrison Ford comiendo una magdalena que la productora obligó a retirar del montaje comercial.
Cartel de la adaptación al cine de la inmortal obra de Proust. La versión extendida incluye una escena de doce horas de Harrison Ford comiendo una magdalena que la productora obligó a retirar del montaje comercial.

A mí me pasa al revés. Puedo ponerme a escribir listas de la compra para no sentarme a escribir. Como me siento mal, eso sí, intento hacerla en endecasílabos y con rima consonante. De eso modo me quedo con la sensación de que, aunque no estaba escribiendo, sí que estaba afinando mis habilidades literarias. La parte negativa es que te quedas sin traer cosas del súper. Me dice luego mi mujer «¿te acordaste de comprar lechuga?» Y yo le respondo que es que no encontraba el modo de cerrar el soneto con una palabra tan complicada. Ella, lorquiana, me replica «recuerda traer para la ensalada / a pesar de tan tremenda empanada», lo cual es peor, porque la inspiración ajena siempre resulta molesta, sobre todo si tampoco has podido comprar los yogures que te apetecían porque te dejaste en casa el diccionario de rimas. Así que al final acabo haciendo la lista de la compra como todo el mundo, pero diciéndome que en realidad es que he optado por utilizar versos libres. Y no me voy a poner a escribir para el blog si tengo que ir al Mercadona, claro.

Verán, yo soy un vago muy disciplinado y muy metódico. Por eso, en lugar de ponerme a escribir me he documentado sobre la escritura 1. Y he descubierto que hay mucho escrito sobre como escribir, pero hay muy poco escrito sobre cómo no escribir. Tiene sentido, en realidad. Parece que la gente que se dedica a escribir no presenta mayores problemas para encontrar la manera de no escribir, lo cual dice mucho del espíritu humano. Pero no he querido dejar pasar la oportunidad de ser un pionero.

Quizás el secreto de la productividad sea ponerte a hacer cosas distintas a las que tienes que hacer, y aprovechar la corriente interior de protesta para terminar haciendo como revancha lo que en un primer momento te habías planteado. Afirmo esto con la seguridad del que se ha puesto a escribir tras pensar «debería ir bajando a dar un paseo con el perro», cerrando el círculo que abrí a primera hora de la mañana. Habitamos constantemente el lugar equivocado, el tiempo incorrecto, el deber que abandonamos. Nos obligamos a hacer tareas que no queremos hacer. ¿Quién no se ha puesto a ordenar un cajón –abandonado a su suerte desde hace meses– la víspera de un examen en lugar de estudiar? Al menos, cuando finalmente escribes, recorres un camino certero de letras unidas, vuelves rectos pensamientos curvilíneos o multiformes. A veces. Si no dedicas tres capítulos de tu lista de la compra a describir cómo te comes una magdalena.

  1. Por favor, a pesar de que puede resultar similar para una persona que lo esté observando desde el exterior, es importante no confundir esta actividad con estar navegando a lo tonto por internet.

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