Turismo, viaje

A veces viajo y siento que estoy jugando al Pokemon Go, o que estoy perdido en medio de una gymnaka transoceánica. Hornadas y hornadas de personas jugando a visitar sitios, desbloqueando los logros: Torre de Pisa, desbloqueado; New York, New York, desbloqueado; fotos de mis pies en playa paradisiaca, desbloqueado.

Me gusta la calma y el sosiego, pero hasta yo sé que para parecer un ser humano normal y corriente, con tarjeta de El Corte Inglés y móvil de pantalla táctil, tienes que decir que te gusta viajar, aunque en realidad quieras pasarte las vacaciones en el salón de casa releyendo la saga completa de novelas de Marco Didio Falco de Lindsey Davis. Decir que te gusta viajar es una forma gratuita de elegancia. Ni siquiera tienes que practicarla: puedes decir que si tuvieras tiempo y dinero te pasarías la vida viajando, conociendo nuevas culturas y, probablemente, ayudando a la gente a tener una vida mejor en recónditos parajes del tercer mundo. 1

Desgraciadamente, como no eres Amancio Ortega sólo te puedes pasar quince días en alguna playa de la costa del color que sea, de la que sacarás cumplido testimonio gráfico que colgarás en las redes sociales con la etiqueta #cocolocoveranito o, peor aún, #AquíSufriendo, y al final acabas dejando la vuelta al mundo y lo de unirte a una oenege para otra vida.

Es el rencor quien habla. A fin de cuentas, yo tampoco soy de piedra y acabo haciendo cosas parecidas. Al menos suelo acabar pudiendo dar largas caminatas por donde sea y aprovechar las horas de la siesta para jugar al Candy Crush, aunque luego diga en mi blog que me paso el verano leyendo. Es todo postureo. A todo el mundo le gusta un poco el postureo, como esa gente que dice que no hace turismo, sino que «viaja». Porque eso es lo molesto de verdad: el postureo ajeno.

"Yo no hago turismo. Yo viajo".
«Yo no hago turismo. Yo viajo».

¿Turista? Pues ni tan mal. Los primeros toures tampoco fueron algo a desdeñar. Y, con un ligero esfuerzo mental, puedo imaginarme a la gente que los popularizó, en una suerte de repetición cíclica de la historia, intentado dejar claro a quien quisiera escucharles que no viajaban, sino que estaban de Tour. Viajar es de pobres y correos del zar, te dirían torciendo la nariz como si la calle les oliera a ajo. Ellos, ellas, señalarían con un artero mohín, son turistas.

El Grand Tour es el precursor más claro del turismo moderno, y de donde sacamos el nombre. Se trataba de un largo viaje por varios países de Europa que complementaba (o acompañaba) la educación superior del estamento gentil. Se pueden imaginar que lo solían realizar mozalbetes pertenecientes a las clases pudientes, que no pasaban penurias económicas ni tenían la preocupación de morirse de hambre si no estaban en casa a tiempo de plantar la cosecha de remolacha o de recoger la hierba para el ganado. Eso de morirse de hambre (dirían) es algo de lo más vulgar, más propio de mineros de Zola que de gente de calidad, eso que quede claro. Lo mismo que «viajar». No nos llamen «viajeros», dirían, sino «turistas».

En todo tour que se precie Italia y su arte renacentista era parada obligatoria. Francia, capital cultural oficiosa de la época, lo mismo. Sin Francia e Italia no hay Tour, aunque lleves bicicleta. Y el resto, pues según las inclinaciones de la época y la moda. Que si Grecia. Que si la Europa Imperial. En principio, el tour podía durar mientras el dinero aguantase, que a fin de cuentas en Europa inventamos el capitalismo (y el mundo entero nos lo agradece) o hasta que, sonando las últimas notas de las alegres melodías de la juventud, el turista, o la turista, tenía que regresar a desempeñar las grandes responsabilidades que le aguardaban, como heredar la fábrica familiar de ojales y alfileres o unirse al ejército para colonizar la India, y cosas así.

Eso sí, para asegurarse de que la parte cultural no se viese superada por otros elementos menos edificantes, lo habitual era ir acompañado de preceptores que te explicasen lo que estabas viendo mientras evitaban que hicieras botellón a la que se despistaban (en Europa también inventamos el botellón, seguramente para compensar por lo del capitalismo. Tampoco se lo tomen muy en serio).

Pero como todo llega a su fin, la moda del Tour, con sus variaciones y peculiaridades según época y lugar, se fue diluyendo a medida que la mejora y popularización del transporte ferroviario convirtió un viaje largo y costoso en una experiencia más accesible y segura. Las clases pudientes, según su uso habitual, empezaron a ver eso del Tour un poco vulgar cuando empezó a poder hacerlo todo el mundo, como igualmente les pasaría con otras costumbres como el teatro, el cine o el sexo2. Es lo malo de la exclusividad.

Y a partir de ahí, pasito a pasito, el tour/turismo acabó convirtiéndose en un fenómeno que incluye a hordas y hordas de jóvenes dipsómanos e incontinentes trasegando hectolitros de sangría de brick por las calles de Magaluf y limitando las manifestaciones artísticas a la práctica estética del balconing.

Joven practicando despreocupadamente el *balconing* en su apartahotel de Magaluf
Joven practicando despreocupadamente el *balconing* en su apartahotel de Magaluf

Con estos antecedentes, me resulta llamativo que precisamente la gente que «viaja» –o dice viajar– por motivos menos prosaicos y más orientados al conocimiento de la cultura y gentes de un lugar quieran desmarcarse del «turismo» cuando éste era un viaje iniciático de aprendizaje y conocimiento. Podríamos, quizás, intentar reivindicar el antiguo espíritu del Grand Tour y recuperar con orgullo la denominación de turistas cuando vamos a Francia a sacarnos selfies con la Torre Eiffel o cuando vamos a Chiclana a comer tortillitas de camarones y dejarnos de complejos.

Pero, ya puestos a viajes existenciales, recuerden que no hay tanta diferencia entre querer dedicar una semana de vacaciones a recuperar la esencia de los viajes iniciático-culturetas mientras colocas una chincheta más en tu mapa imaginario de países visitados y la de querer dedicarse a pasarse el Dark Souls 3 con el mando del Guitar Hero. La gente hace lo que puede para divertirse y para buscar significado en la existencia. Y, qué diantes, ser friki está de moda y viajar es, cada vez más, una nueva forma de frikismo. Así que… Praise the sun!.

  1. Porque, además de montañas de dinero tendrías un corazón de oro. Todo el mundo tiene un corazón de oro hipotético que sólo se activa cuando tiene en la cuenta corriente el equivalente del PIB de un país mediano.
  2. Esto es estrictamente cierto. En la actualidad la nobleza únicamente es capaz de reproducirse de tres maneras: 1) de forma asexual, 2) en cautividad, con la intervención de un mamporrero licenciado o 3) a través de la gestación subrogada.

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