Hace algunos años, en mis tiempos de jovial pubescencia, se consideraba imprescindible saberse las capitales de los países del mundo. En su día me parecía una pérdida de tiempo, ahora, en cambio… bueno, pues la verdad es que sigo sin verle mucho sentido. Sé que estoy bastante solo en este tema: por algún motivo que se me escapa se considera culturalmente valioso saber que la capital de Mongolia es Ulán Bator1, aunque tengas la seguridad de que no vas a visitarla en un futuro próximo y la tranquila certeza de que, en el caso de hacerlo, el avión llegará allí sin necesidad de darle a nadie las señas. Es una clara ventaja de un avión sobre un taxi.
Pero no: es necesario saberse la capital de los países, y lo tomamos como una señal de prestigio educativo. Nos gusta hacer mofa de gente de países con PIB unos cuantos múltiplos por encima del nuestro si no son capaces de situar Italia en el mapa, aunque luego no sepamos dónde esta Togo sin usar google. Porque, como casi todo, esto de saberse las capitales tiene sus reglas.

Para empezar, se da el curioso fenómeno de que cuanto mayor es el país más probable es que te sepas su capital. Creo que se debe a que cuando las estudias distribuyes esfuerzo por superficie. Pongamos un caso práctico: Hoy toca Asia. Me estudio China e India y ya he quitado un buen trozo del continente. Es rápido y efectivo. Ya me merezco hacer un pequeño descanso de unas dos semanas hasta tener que seguir estudiando. A fin de cuentas no he tardado nada.
Otra regla de las capitales es que, aunque reconozcamos como valor universalmente exigible sabérselas, lo cierto es que unas parecen ser más imprescindibles que otras. Seguro que es un fenómeno que cambia de unos lugares a otros, y en cada generación. Por ejemplo, en España se da dispensa a las capitales de África, porque son muchas y con muchas consonantes. Tampoco es necesario saberse las de Centroamérica, porque… bueno, porque son muchas, y están demasiado pegadas. No es jugar limpio. Las de Asia, en fin, qué les voy a contar… Por último, quienes han acabado la educación básica entre el 1989 y el 1995 considera moralmente aceptable no saberse las capitales europeas “nuevas”: las formadas tras la desaparición de Yugoslavia y la URSS. Esto simplifica un poco las cosas.

Hay algo kármico en todo esto: A fin de cuentas, mi generación se burlaba (y se burla) de la generación anterior, que sigue hablando de una Castilla la Vieja y Castilla la Nueva, y sólo el diablo sabe a qué se refieren. Pero es distinto, me argumentan. Por algún motivo es distinto. A partir de 1989 zonas que podías estudiarte en 15 minutos pasaron a convertirse en una pesadilla revuelta con capitales impronunciables; no puede ser comparable al Estado de las Autonomías.
En el caso de las capitales existe una táctica desesperada para cuando la evaluación llega antes de lo que debiera. Consiste en suponer que el nombre de la capital es el mismo que el del país. Es un sistema que ha servido a más de un/a discente en situación apurada. ¿Djibuti? Djibuti. ¿Andorra? Andorra. ¿Panamá? ¡Panamá! ¡Esto huele a aprobado!
Fíjense en una cosa: Esto de que el país y la capital se llamen igual sucede más con los países pequeños. Si unimos a esto el fenómeno previamente señalado de que ya te sabes el nombre de los países grandes, sólo nos queda un problema: Los putos países medianos. Aquí ya hay que tirar de ingenio o de lo que la vida te vaya echando encima: si te enamoras de alguien de un país extranjero es fácil que te acuerdes en el futuro de su capital, así que procuren enamorarse mucho y a menudo2. Intenten leer libros o ver películas ambientados en otros países y que el nombre de la capital se diga a menudo; aunque luego no se acuerden del nombre, siempre podrán decir que estaban estudiando3.

Pero así y todo, tengo malas noticias si ya han cumplido más de veinte años: Las capitales que no se hayan aprendido ya sólo entrarán en sus cabeza con sangre, sudor y lágrimas. A regañadientes. No sé por qué, pero ocurre así aunque tengas buena memoria para el resto de los aspectos de tu vida. Yo me he intentado aprender en más de seis ocasiones distintas las capitales de las repúblicas bálticas4 y no hay manera. He intentado de todo: memorización pura y dura, reglas mnemotécnicas, juegos de beber (¿Croacia? Zagreb ¡Chupito!) y nada. No hay manera. Seguramente llegue al fin de mis días ventilando esa parte del mapa diciendo “Yugoslavia. Belgrado”, y ya. Y seguramente me permita mostrar una cierta superioridad pseudomoraloide cuando gente más joven que yo me recite de carrerilla las capitales de la zona, aunque sean países de tamaño mediano y, por tanto, difíciles. ¿Y por qué?
Porque yo me acuerdo de que la capital de Yugoslavia era Belgrado, y eso es algo que Siri no se sabe. Así que sé más que una inteligencia artificial5. Además, yo no lo sé: lo recuerdo. Saber algo es muy distinto de recordar algo, y me parece que es lo que me intentan decir, con cierto orgullo superviviente, cuando me cuentan que antes había una cosa que se llamaba “Castilla la Vieja”. Hay conocimientos que son más difíciles de trasmitir que el nombre de los países.
Recordar capitales me sigue pareciendo inútil, pero vivir lo suficiente como para que los países cambien de nombre, como para que elementos que parecían fijados en piedra se alteren, tiene su aquél. Aunque sólo sirva para acertar preguntas de historia en el Trivial. O para poder justificar que vas salir a pasear con el perro en lugar de quedarte pegándote con mapas mudos acogiéndote al frágil argumento de que tú lo estudiaste de esa manera. Todo cambia, pero no siempre tienes por qué aceptarlo mansamente.
- En mis tiempos de colegial había que escribirlo “Ulam Bator”. Les parecerá un dato insignificante, pero para mí es importante resaltarlo. ↩
- Este consejo debe seguirse con prudencia si en alguna ocasión has reunido a familia y amistades en un ayuntamiento, juzgado o iglesia para prometer cosas de forma más o menos solemne. ↩
- Te lo dice alguien que jugaba al Europa Universalis diciendo que estaba estudiando “Relaciones Internacionales” ↩
- Porque saberse las capitales es un signo de prestigio cultural. ↩
- Esto puede ser de gran utilidad el día que las máquinas se rebelen. ↩
«Esto puede ser de gran utilidad el día que las máquinas se rebelen.» -> Pero tú no sabes cómo explotar la vulnerabilidad Meltdown aunque te fuera la vida en ello. En cambio Siri sabe que un corte en la yugular tiende a amansarte (nos). Te concedo que en Terminator Salvation Skynet utilizaba balas antiblindaje para intentar matar a un niño, pero si le da, se lo carga también.
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Siri nunca haría eso… Si ni siquiera sabe dónde está Castilla la Vieja…
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