Hace poco que se ha estrenado «Cobra Kai«, secuela de “Karate Kid”, una película que lo petó en los 80. Como sé que hay mucha gente que no ha tenido ocasión de ver la peli original, o que no la recuerda con claridad, aquí va un pequeño resumen para ponerse al día.

California, años 80 del siglo pasado. El señor Miyagi tiene sesenta y pico años y vive solo. Trabaja de conserje y hombre para todo en un bloque de apartamento de Reseda, un suburbio de Los Angeles. No tiene amigos. No le gusta ir al bar tras el trabajo ni es conocido por los vecinos. La verdad es que tampoco habla muy bien el idioma, quizás porque el señor Miyagi es inmigrante, aunque tampoco tiene contacto con personas de su comunidad de origen.

El señor Miyagi se hace amigo de Daniel, un joven de 16 años. Daniel es un chico que está pasando una mala racha. Acaba de mudarse junto a su madre desde Jersey, y le está costando adaptarse. En el instituto las cosas tampoco le van bien: se ha convertido en el blanco de un grupo de macarras pijos y le están haciendo bullying.

Daniel y el señor Miyagi empiezan a pasar más tiempo juntos. Dicen que es porque Miyagi le está enseñando karate (todos los orientales dominan alguna arte marcial), pero la verdad es que siempre que se les ve Daniel le está haciendo alguna chapuza a Miyagi: limpiando los cristales, pasando cera a su colección de coches vintage, barriéndole el porche, pintando las paredes.

Su relación se va asentando, a pesar de la diferencia de edad. Miyagi da una paliza al grupo de macarras que le hace la vida imposible a su protegido, de esa manera que solo los sexagenarios saben hacer. En alguna ocasión, tras enseñarle sus condecoraciones de guerra, el viejo se pasa con el licor, se emborracha, y Daniel le acaba metiendo en la cama.

Miyagi se encariña mucho con el muchacho. Mucho. Le regala cosas para no caer en la rutina: Le regala una bici. Le regala un kimono¹ bordado que es una virguería. Le regala… un coche. En Estados Unidos los conserjes tienen un sindicato potente que mira porque conserven su poder adquisitivo.

Poco después, Daniel participa en un torneo de karate. Le va regular: Le parten la rodilla por tres sitios pero aún así consigue ganar el torneo con un golpe, posiblemente ilegal, que aprendieron jugando al Tekken en los recreativos. El karate es para la defensa, pero por lo visto la regla es más una recomendación que una prohibición terminante. No está muy claro, pero seguramente el señor Miyagi le pague a Daniel la cirugía de rodilla y las sesiones de fisio. Será por perras, que el señor Miyagi más que conserje parece ministro de la presidencia.

A la madre de Daniel le parece genial que su hijo pase tiempo con un señor de 60 años al que conoció por el barrio y del que no sabe nada; que se emborrachen, que le compre ropa para que vaya hecho un brazo de mar y que le regale coches. Una cosa menos de la que preocuparse, supongo que pensará. Peor sería que le saliese heroinómano, que al fin y al cabo esto son los 80s. Para dejar claro que le parece bien y que es “una madre guay”, poco después no pondrá ninguna pega a que su hijo se vaya con Miyagi a un viaje a Japón por un asunto que le ha surgido. Japón no tiene acuerdo de extradición con EEUU.

Fin de la película. La verdad es que en los 80s las cosas se veían de forma muy distinta. No es el primer caso…