Crisis del terror y el terror de la crisis

El cine de terror tiene un cliché encantador: la escena del teléfono. Sucede así: estás en tu casa y llega el asesino de la motosierra a por ti. Tú intentas pedir ayuda por teléfono pero siempre ¡siempre! hay un motivo por el que no consigues comunicarte con el exterior.

En el cine de terror de antes esto se debía a que el asesino había cortado los cables. Ya se sabe, los psicópatas homicidas usan GTD, son muy organizados y nunca olvidan cortar el cable antes de rebanarte el pescuezo. Pero a partir de los noventa se produjo un cambio. La falta de comunicación pasó a deberse a un problema de falta de cobertura. Es como si los asesinos de la motosierra tuvieran inhibidores de frecuencia en el mango del serrucho.

¿Cómo sería esta escena clásica del terror unos años antes? ¿Una tormenta impedía el buen funcionamiento del telégrafo? ¿El mayordomo estaba con gastroenteritis y no podía acercar tu nota manuscrita a las autoridades? ¿La paloma mensajera tenía tendinitis?

Caperucita Roja: Ten mucho miedo.

Claro, claro; antes de inventarse el teléfono tampoco existía el cine. Pero historias de terror ha habido siempre. Como Caperucita Roja, por ejemplo, que no deja de ser un cuento de terror infantil. Es importante educar, y mucha gente piensa que la manera más sencilla y rápida de enseñarte a evitar un peligro es hacer que te cagues de miedo.

Si las versiones modernas del cuento de Caperucita no son historias de terror se debe unicamente a la presencia del leñador: Caperucita pide ayuda («llama por teléfono») y le responden. Pero el leñador es un añadido de las versiones modernas del cuento. En las versiones de la tradición oral europea de donde procede el cuento todo es mucho más grotesco, incluido el final1.

El cuento de Caperucita Roja tiene una lección importante: «No te fíes del lobo«. O quizás la lección sea «ten cuidado en el bosque«. O «desobedece a tu madre si te manda hacer tonterías«. Bueno, no sé, igual la lección es «deberíamos haber metido a la abuela en una residencia hace años pero ¡noooo! ella se empeña en vivir en una cabaña en el centro de un bosque infestado de lobos y tengo que poner en peligro la vida de mi única hija para llevarle una cesta de comida porque la señora no quiere gastar datos del móvil para pedir a Justeat«.

En fin, quizás la lección de Caperucita Roja no esté tan clara. Ese es uno de los problemas de enseñar utilizando el miedo, que muchas veces acabas enseñando lo que no quieres.

El terror ficticio es adictivo. Hay algo embriagador en sentir miedo cuando, en realidad, estás a salvo. Y el cliché del teléfono en las películas de miedo nos pone de manifiesto uno de nuestros temores más arraigados: el de necesitar ayuda y que no haya nadie ahí para brindarla. El miedo a la soledad.

Yo la verdad es que he perdido interés en el cine de terror. Creo que es algo que le pasa a casi todo el mundo a medida que tu vida se va llenando de terrores menos absolutos pero más reales. Porque las historias de terror nos siguen acechando todos los días desde las noticias, desde la televisión, desde las cuñas de la radio

Terror real: El cuento de la crisis

Pero es mucho peor el terror real. Como la crisis. La crisis de la que dicen que estamos saliendo es una historia de miedo que llevan años contándonos. Y la historia que nos cuentan es la siguiente: «Ha llegado, de muy lejos, una terrible Crisis y tenemos que desmontar los mecanismos que habíamos establecido para que tuvieráis una cierta seguridad en vuestras vidas, aplacando así a tan terrible criatura. No hay más remedio, porque la Crisis es un monstruo enorme al que hay que brindar grandes sacrificios, o nos matará a todos«.

Por supuesto, toda esa historia es una gran mentira. Porque si nos amenazaba una gran crisis ¿no deberíamos haber reforzado las estructuras que nos protegen en vez de adelgazarlas? El desmantelamiento de los derechos sociales, de las protecciones al desempleo, de las estructuras laborales duraderas, del sindicalismo, de la solidaridad, no es más que el monstruo intentando cortar los cables del teléfono para que no podamos pedir ayuda ahora que se decide, sin subterfugios, a entrar en nuestras casas.

La crisis no fue más que un monstruo diciéndonos que sus ojos son muy grandes para vernos mejor. Es el monstruo que nos desahucia, el que nos priva de medicamentos, el que nos desampara en la enfermedad. Es el monstruo que permite que muramos de hambre, el que alimenta el beneficio financiero mientras escatima el bienestar de las gentes. Es el monstruo que nos priva de medios para combatir las desigualdades más insidiosas, el que nos dice que nos tengamos miedo entre nosotros y llenemos de cuchillas las fronteras de la vida en lugar de temerle a él. Ese es el verdadero monstruo.

Desgraciadamente, no se trataba de ningún cuento.


  1. Es fácil encontrar por internet los detalles gores del cuento popular de Caperucita, así que los dejo a su discreción buscarlos. Sí señalaré que la versión de Perrault mantiene el final desdichado y que fueron los hermanos Grimm los que dotaron a la historia del final feliz que ahora conocemos. De todas formas, yo les recomiendo leer la versión que Neil Gaiman incluyó en su opus magna «Sandman», insertada en el argumento de la historia. Si son gente con prisa, pueden leerla aquí (con sus ilustraciones). Es una lectura corta pero desasosegante. 

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