Instrucciones para salvar una vida

Esta no es la entrada que iba a escribir esta semana, pero uno no siempre escoge.

Este de abajo es Gaspode. Se llama así por un personaje perruno recurrente en la saga de libros de Mundodisco.

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Gaspode se vino a vivir con nosotros hace cuatro años, pero parece que lleve toda la vida.

Aún así, nunca nos hubiéramos conocido de no ser por Tales. Este es Tales:

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Se llama así por otro personaje de libro, una inteligente rata de «Filosofía a mano armada«. Cuando era cachorrete tenía cara de ratoncillo, y de ahí el nombre (tiene la gracia añadida de que si alguien te pregunta si se llama Tales «por el filósofo» puedes responder «no, por la rata»). Así que nuestros dos animalillos han sacado sus nombres de la literatura.

Nuestro gato ha sido tan bueno toda su vida que, tras unos años, sentíamos que estábamos abusando del universo si no adoptábamos otro animal, uno que lo necesitase. Tales vino de una camada no deseada, pero nunca vivió en la calle; Gaspode sí fue recogido tras un abandono. El resto es historia.

Cuando empecé este blog pensé que iba a hablar mucho de ellos, pero la verdad es que no lo hago. Un poco por pudor, un poco porque me resulta impostado, un poco porque hay muchos temas interesantes, pero creo que sobre todo por otros dos motivos: porque creo que no les haría justicia y porque siempre tengo miedo de que parezca que tengo preferencia por uno de los dos frente al otro. Sí, con los animales domésticos te pasan esas cosas, al menos a mí, aunque estoy (casi) seguro de que no tienen Twitter ni siguen mi blog. Pero yo qué sé.

Normalmente hablo más de Gaspode que de Tales (a veces demasiado, aunque la gente me suele aguantar con educación). Creo que hablo más de él porque, por cosas de la vida, da más que hacer. Pero también porque mi relación con mi gato es más primordial. Me faltan las palabras para explicarla. Fue espontánea y sencilla desde el primer momento. Podría contar cómo pasó de ratita a gato adulto prácticamente subido a mi hombro, cómo me limpia todos los días las narices cuando llego a casa porque sabe que es una zona difícil de alcanzar o cómo se quedaba dormido sentado frente a mí mientras intentaba aprender a tocar a la guitarra el inicio de «Stairway to Heaven», pero eso son solo datos más o menos monos.

Además, hablar de gatos y perros me parece un recurso fácil. Me parece hacer un poco de trampa. Podría hacer la entrada de todas las semanas sobre mis animales, pero entonces sería mejor cerrar el blog y dedicarme a Instagram.

Por eso, como les dije, yo no iba a escribir de esto esta semana. Pero no puedo pensar en otra cosa.

Porque este sábado leí el testimonio satisfecho de unos adoptantes de un perro de Masquechuchos (alma mater de Gaspode), adopción que se produjo hace seis años. Esta historia me emocionó especialmente, por una parte porque me recuerda a la nuestra, pero sobre todo porque se acordaban de Milton. Milton es un perro que ya estaba en la protectora cuando adoptamos a Gaspode. Ya estaba antes, cuando esta buena gente adoptó a Nico. Y a día de hoy sigue allí.

Milton casi tiene ocho años, y ha pasado la mayoría de ellos en un chenil. En la protectora hacen todo lo que pueden y más por él pero, por más que me lo repito, sé que no es lo mismo que vivir en una casa con una familia propia. Y por eso no consigo escribir de ninguna otra cosa esta semana.

Los perros te quieren de una forma tan intensa que te da vergüenza no estar a la altura de su amor. Te acaban haciendo mejor persona casi a la fuerza. Además, no te piden dinero ni te llaman «viejo» durante su adolescencia, aunque es justo señalar que pueden presentar vocación de devoradores decoradores de interiores.

Un perro sin hogar es una injusticia. Quizás no es la mayor injusticia del universo. No lo sé. Con los años se me da cada vez peor hacer rankings de ofensas. Lo que sé con seguridad es que la especie canina unió su destino al nuestro hace miles de años, y traicionar una confianza como la suya con el abandono es muy injusto según mis parámetros morales.

Por eso, si estas Navidades están pensando en regalar un animal, por favor, piénsenlo otra vez. Todos los diciembres veo por el barrio muchos cachorros nuevos, y a muchos de ellos los dejo de ver en abril. Hagan sus cuentas. Compartir tu vida con un ser con personalidad y necesidades propias puede ser exigente, y echarse atrás una vez que has adquirido una responsabilidad así no es -no debería ser- una opción.

Si finalmente deciden que quieren compartir su vida con otro ser, piensen en adoptar. Muchos animales que esperan un hogar son la consecuencia de una decisión mal pensada. Piensen incluso en adoptar abueletes como el bueno de Milton, hociquillos grises pero llenos de vida. Son animales que ya tienen una personalidad definida, con lo que evitas sorpresas, que conservan todo lo bueno de un perro y no necesitarán descargar tanta energía como un cachorrete. Como comentaba hace un tiempo, gastará menos electricidad que una lámpara, pero dará mucha más luz.

** NOTA: La Happy Cat Foundation certifica que el 83% de esta entrada ha sido escrita con un gato encima. Como debe ser.

3 comentarios

    • Me alegro de que te gustara… Y siento mucho tu pérdida. Los gatos son una bendición, pero qué te voy a contar que no sepas. Muchos ánimos.

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