Déjenme hacerles una revelación: yo de joven hacía atletismo, deporte también conocido como “el arte de correr sin que nadie te persiga”.
Aunque nos lo tomábamos en serio (bueno, más o menos) nunca llegué a nada, más allá de los beneficios normales de la actividad física. Vamos, que no alcancé la gloria ni la fama: Carezco de las condiciones y las disposiciones para ser atleta de élite, ni falta que me hace. Lo bueno del atletismo es que te dejan practicarlo con independencia de lo mal que se te pueda dar. No es como otros deportes en los que si no reúnes unas cualidades mínimas te ves relegado al ostracismo o la suplencia.
Abandoné por primera vez el atletismo cuando empecé en la universidad. Ya fueron unos cuantos años después cuando volví a correr con un poco de ritmo, aunque de forma puramente recreativa1, sin participar en ninguna competición. Y en esa ocasión, en lugar de vallas y saltos, me dediqué más al fondo, que es la forma más sencilla de practicar atletismo cuando no tienes equipamiento ni instalaciones a tu disposición. Lo que ahora llaman “running”, lo que antes era “salir a correr” y aún mucho más antes “hacer footing”. Se siente uno viejo solo con decirlo.
“Correr”. Correr no es tan sencillo. Dentro de “correr” caben muchas cosas. No hay un objetivo claro en la mera idea de correr, y es imprescindible un plan. Pero yo no tenía ninguno en mente.
La idea de la media maratón estaba ahí, pero de forma poco desarrollada: cuando entrenaba de forma federada los entrenamientos largos se basaban en tiempo e intensidad más que en distancias. Así que me di cuenta de que no sabía realmente si podía correr 10 kilómetros. Es decir, era evidente que los había corrido muchas veces en series, pero nunca había sido un objetivo como tal.
Además, 10 kilómetros es un buen objetivo para empezar. Es sencillo, realista, alcanzable: hacer 10 kilómetros en menos de una hora sin forzar. Muy asequible. Carrera continua de media hora, medir frecuencias cardiacas y mantenerlas en rangos aceptables, sufrir las molestias normales para la actividad realizada. Poco a poco, el tiempo va aumentando, el ritmo va subiendo. Poco a poco se va a acercando la meta.
Y un día como otro cualquiera, sin haberlo planeado, me di cuenta de que ya estaba ahí. Me dije que, siguiendo la progresión normal, ya podía hacer sin forzar diez kilómetros en unos 50 minutos. Así que empecé. No era ninguna competición, era una tarde como cualquier otra. Y, tal como estaba previsto, acabé mi carrera con normalidad cumpliendo ampliamente el objetivo.
Nadie aplaudió. Sentí un sentimiento de logro, pero también sentí que había alcanzado un hito, así que dediqué un momento a pensar qué objetivo me podía marcar a continuación. Medias maratones, maratones completas, ironmans, ultramaratones, hazañas dignas de Forrest Gump. Hay tantas maneras de destrozarte las articulaciones de los miembros inferiores…
Pero ya no volví a correr de forma regular. Sólo un par de días deslabazados, como pollo sin cabeza, sin mayor interés. Sin plan. ¿Qué había pasado?
Resulta que mi objetivo final era -simplemente- correr 10 kilómetros a un ritmo aceptable. Y yo no lo supe hasta un tiempo después de haberlo conseguido. Porque a veces somos así. Bueno, yo al menos lo soy.
El blogging y el atletismo
Hay muchas razones para tener un blog. Muchos blogs son profesionales, otros son personales. Algunos de los mejores, en esta era del storytelling, mezclan las dos vertientes. Pero, sea cual sea el motivo de tener un blog, hay uno común a todos: tener algo que decir. No puedes tener un blog si no tienes nada que contar. Es condición necesaria. El resto es más bien accesorio: ni siquiera es imprescindible que nadie te lea, pero tener algo que decir no es optativo.
Hay otra característica obligatoria: tiene que ser público. Es aceptable que nadie te quiera leer; lo tuyo sigue siendo un blog, pero si nadie lo puede leer eso ya no es un blog, es tu querido diario. Que también está bien. Pero es otra cosa. Porque en un blog cuentas aquello que estás dispuesto a decir en público.
Además, los blogs tienen unas reglas. Muchas. Están las reglas explícitas y las ocultas: las reglas no escritas que los blogs exitosos, o que aspiran a serlo, tienen que seguir2. Hay una manera determinada de escribir si quieres comunicar algo de forma exitosa. Esa manera puede ir cambiando, e identificarla es parte del éxito desde que… bueno, desde que existe la escritura.
Yo, para no ser menos, empecé mi blog con unas reglas. No demasiado ortodoxas. No pasa nada, porque las rompí todas. Pero hubo una que estuve cerca de respetar siempre. Era una regla sencilla: un post semanal. Si no tenía nada que decir, forzaba los dedos hasta tenerlo. Si no conseguía una entrada buena, sacaba una mala. Pero todos -todos- los martes había entrada. Incluso las veces que no seguí la regla la respeté compensando: si un martes no sacaba entrada, entonces tenía que hacer una de más la semana siguiente.
Hasta que llegó la crisis.
No hablo de la crisis económica. Ojalá. Las crisis económicas son una buena fuente de inspiración para la escritura. Hablo de que en un momento determinado me empecé a mostrar incapaz de mantener el ritmo semanal. No era una incapacidad de escribir; no estoy hablando de bloqueos3. Hablo de una sensación distinta, difícil de explicar. Una pérdida de la satisfacción al dar al botón de “publicar”, un cierto hartazgo de no sabría decir qué.
Así que me tomé un descanso. Me di unas vacaciones. Las fui prorrogando semana tras semana, poniendo excusas diversas: que si tenía mucho lío, que si cambios en mi vida laboral y personal, que si tris, que si tras. Y, pasados los meses, me dije que ya estaba bien, que era el momento de volver a la carga: una entrada semanal, pase lo que pase.
Pero aquello era como la segunda temporada de Heroes. La formula ya no funcionaba. Todo se parecía demasiado a un trabajo no remunerado. Cuando escribía una entrada pensaba en todo menos en escribir. Tenía tanto cuidado con los temas que trataba que me sentía angustiado. Cuidaba las palabras, no por escoger la frase perfecta, sino adelantándome al escrutinio público. Cumplía con aquello como si fuese un deber, y nada más.
Entonces me di cuenta: había alcanzado, otra vez, los 10 kilómetros. Podía seguir forzando e intentar llegar más lejos, pero el objetivo que me había planteado al iniciar el blog se había alcanzado, y no había sabido comprenderlo. De hecho, he tardado bastante en aceptarlo, porque no soy la persona más brillante del mundo, pero ahora que lo he visto no puedo fingir que no lo sé.
No sé qué pasará de aquí en adelante. Esto no es una entrada de despedida4. No estoy cerrando el blog. Puede que más adelante vuelva a la entrada semanal, o puede que haga como esa gente que escribe dos veces al año. Es lo bueno de no estar en nómina de nadie, aunque se agradecen mucho todas las muestras de amor que recibo. Es lo bueno de que esto sea un blog personal. Tal vez desee un ritmo más pausado y escribir de forma más elaborada, o tal vez desee escribir peor y más rápido. Pero no puedo hacerlo si me impongo la presión de la entrada semanal. Esa regla, esa bendita regla que me ha permitido sacar este proyecto adelante, ya no me funciona.
¿Y ahora qué?
Ojalá tuviera una respuesta. No sé si quiero hacer de este blog algo más personal o menos, no sé si quiero que me lea más o menos gente5. Lo que tengo claro es que, en este espacio, quiero sentir la libertad de poder hacer lo que me dé la gana, y últimamente no la estaba sintiendo.
Me gusta poner títulos largos y poco descriptivos del contenido. Me gusta hacer oraciones largas y llenas de subordinadas. Me gusta que a veces no se entienda lo que quiero decir. Me gusta escribir textos demasiado largos o demasiados cortos. Soy el anti copywriting: reúno todas las características para no ser leído y para no persuadir al lector de nada y me gusta, porque también me gusta llevar la contrario.
Además, en el tiempo que llevo escribiendo desde este pequeño púlpito he descubierto que la gente es impredecible. Algunas de las que considero mis mejores entradas han pasado por el ciberespacio haciendo cri-cri-cri y otras que fueron poco menos que escritas en el teléfono móvil desde el cuarto de baño han estado al borde de la viralización6. Muchas veces rompiendo las reglas de la comunicación, de forma simultánea o consecutiva. Porque la cultura humana, la escritura, el mundo social, está en continúo cambio, y eso es algo tan acobardante como maravilloso.
Así que ya veremos por dónde va esto. Si se quedan a la escucha, les estaré agradecido, o acongojado, o qué se yo.
Nos vemos.
- Hay gente que se divierte de formas muy extrañas… ↩
- Si les interesa profundizar en el tema, internet está lleno de información sobre copywriting o escritura persuasiva en blogs. ↩
- Tengo entradas en barbecho a tutiplén, de hecho. ↩
- Al menos, no pretende serlo. ↩
- Les puede parecer una tontería, pero a veces dudo si quiero ser leído. Es una dificultad importante para llegar a ser un autor de culto, se lo aseguro. ↩
- Borde que no he superado. Y no sé si decir que qué putada o que menos mal. Porque no sé yo qué haría con mis cinco minutos de gloria, la madre del cordero. ↩
La triste idea del éxito puede actuar como factor limitante a la hora de escribir, tanto como espejismo a seguir como fantasma del cual huir ( lo que te da temor a ser leído ).
Por otra parte, además de los blogs profesionales y los personales están los artísticos, hay muchos de este tipo donde publican sus creaciones o las de terceros.
Un abrazo.
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