Mi primera reacción al oír la noticia del fallecimiento de Kobe Bryant no fue laudatoria. Es lo malo que tienen las gafas moradas, que me hacen pensar en juicios por violación antes que en lanzamientos al tablero. Pero, como me parece reprobable hablar mal de una persona que acaba de fallecer trágicamente1, voy a intentar limitarme a tocarle tangencialmente y a hablarles de otras temas como, por ejemplo, de Chaplin, que murió hace más tiempo.
Porque yo adoro a Chaplin. Adoro el cine de Chaplin. Cuando el mundo se me hace árido, me pongo Luces de Ciudad y vuelvo a creer. No sólo en el cine, sino en la humanidad, en la belleza del universo, y hasta en las flores, los pajarillos y la pureza del amor. Será cursi, pero es necesario que quede esto claro antes de iniciar el siguiente párrafo.
Espero que así resulte obvio lo poco que me gusta decir que cuánto más aprendes sobre Chaplin más claro parece que era una persona terrible. Las acusaciones de que se trataba de un hombre despótico y desagradable, que trataba de forma tiránica a cercanos y desconocidos, sería suficiente para retratarle sin entrar a hablar de su obsesión por las niñas. Quitemos la tirita de un tirón: es bastante seguro decir que Chaplin podría haber sido un pederasta. Dos de sus mujeres tenían 16 años en el momento del matrimonio, y a una de ellas habría empezado a cortejarla a los 12 años. Y hay biógrafos que afirman que aún era peor que esto.
Y aún así, Luces de Ciudad. Qué sensibilidad. Qué maravilla. Qué conciencia social. Qué cabrón era Chaplin. Cómo querría poder ver esa película pensando que la persona que la hizo tenía que ser maravillosa. Pero no. Tengo que ver su cine sabiendo que el árbol estaba podrido. Y qué delicia de frutos.

Tenemos una importante tendencia a considerar a nuestras heroicidades seres de luz. No sé si esta tendencia es innata o si es fruto de siglos y siglos de narraciones épicas con protagonistas casi perfectos. Desde La Odisea hasta Indiana Jones, con sus defectillos para humanizarlos, pero, en su cómputo global, siempre en el terreno de lo ideal.
Así que cuando los lugares que reservamos son ocupados por personas de carne y hueso es imposible que estén a la altura. Porque esas personas cometerán actos incorrectos, algunos terribles, y tendrán que ser responsables de los mismos. Y a nosotros nos corresponderá tener la madurez de actuar en consecuencia. Hasta que pasen los años y la Historia se convierta en historias, y queden irremediablemente a salvo. La realidad es un caso particular de la ficción.
¿Por qué nos cuesta tanto pensar que Chaplin, Johnny Depp, Errol Flynn, Kobe Bryant, Woody Allen, puedan ser un atajo de cabrones? Porque adoramos figuras idealizadas, construidas a partir de sus obras, de las ficciones que encarnan, figuras que ocultan personas reales. Podemos amar lo que crean y odiar lo que son. O amar sus obras y odiar sus acciones.
Y, cuando fallezcan, mirar sus figuras con distanciamiento y honestidad, absteniéndonos de hagiografías y de idealizaciones exageradas, escandalizándonos e indignándonos si sus actos así lo exigen, aceptando con ecuanimidad sus luces, sus sombras y, ante todo, su humanidad.
Estará mal hablar de los que abandanaron este Mu ndo miserable ( que tururú, que tururú…), pero es que, ante tanto laude, lisonjas, sublime biografía, aro de santo, etc.etc.etc. que en el momento de partida y, no pocas veces, bastante después, se le revuelven a uno las tripas y algo más. Hay monentos en que, al oir tanta música «celestial», al menda le jode mucho el silencio de la réplica, y no me queda otro remedio que cantar con Los Berrones lo de » non me toques les campanes»…. Y si no se muerde uno la lengua, se corre el peligro de ser acusado del delito de odio, a pesar de » la verdad os hará libres»,. Así que queda uno también jorobado al creer que no existe un Infierno donde el «joputa» acrisole un rato sus «bondades» … Pues lo mejor es enterarse de si hay testamento en el que «el ausente» ordena dar una comida a los pobres y presentes en su ritual despedida, ya que no hay mejor celebración que la de «misa, mesa y porrón», pues no dejará de ser la mejor manera de borrar hasta lo de » la misa va por dentro», resultando, consecuentemente, otro dicho más: «Aquí, paz; y despüés, gloria» (ya dudo si la ‘p y la ‘g’ han de ser grandonas…). Y que conste: No dudo de que el gran balocentista fue una buena persona, y que su viuda e hijxs están pasando un cruel momento. Así es, en muchos momentos, esta p…a vida….
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