Manual de confinamiento y prácticas cuarteleras

Otro día de cuarentena que aprovecho para desayunar mirando por la ventana. Veo a varias personas por la calle, pero no les digo nada: no les grito, ni cuestiono sus decisiones vitales desde mi salón porque no sé dónde me he dejado el libro de estilo de la Stasi. Por lo visto, está mal ir por la calle, pero también está mal increparles. Es como si esta crisis sanitaria nos hubiera hipervitaminado la moral judeocristiana, mezclada con algo de sociología cuartelera, y todo se hubiera llenado de instrucciones de obligado cumplimiento que recibimos a traves del Whatsapp. El Whatsapp, ese nuevo Boletín Oficial del Vecindario…

Por ejemplo, si ves a alguien por la calle, tienes que agitar la cabeza con desaprobación. Pero la última consigna es que no se les grita, porque igual es un caso justificado (¡malditos casos justificados!). Así que desapruebas, pero con precaución.

Desaprobando con precaución

Después están los aplausos. A las ocho hay que aplaudir. Aplaudo, claro. Pero como soy una mala persona no puedo evitar preguntarme cuántos aplaudieron también en su día los recortes a la sanidad, a los servicios sociales, a tantos otros «servicios no esenciales». No puedo evitar preguntarme (escalofrío) cuántos volverán a aplaudir más adelante, cuando La Crisis exija nuevos sacrificios1. Soy un populista, seguramente. A la gente como yo se la fusila por no subir la moral de la tropa. Quizás en el Estado de Excepción, o como sea que se llame la siguiente pantalla.

Porque no hace tanto que el Estado de Bienestar molestaba. Inasumible. Hubo que tomar medidas. El aumento de la jornada de trabajo del empleo público («¡vagos!«) que permitió restar entre 20 y 35 días de descanso al personal a turnos («¡privilegiados!«). La incautación de la paga extra («¡sanguijuelas!«), la congelación de salarios («¡no os quejéis, que tenéis trabajo!«). Cuando digan que «falta personal», acuérdense de ellos.

«Holi, soy la crisis. ¿Qué hay de lo mío?»

Porque ahora resulta –¡fíjate tú– que falta. Me pregunto cuántos «faltan» porque decidieron que no les compensaba, que mejor se dedicaban a otra cosa, que la vocación no paga facturas, que ya bastaba. Conozco bien algún caso. Me pregunto cuántos –y cuándo– empezaron a desconfiar de que les llamasen héroes y les mandasen a la guerra con palos. A falta de buenas condiciones, ahora al menos se alimentan de aplausos. Los llamados héroes.

Porque esto es una guerra, y la vamos a ganar ¿verdad?

Metáforas bélicas

No me gustan las metáforas bélicas. Empiezas comparando lo que sea con una guerra y, antes de darte cuenta, estás justificando muertes. Porque-en-la-guerra-muere-gente-sabusté.

Esto es evidente en el caso del coronavirus, claro2. Se dice «vamos a ganar esta guerra«, y se podría pensar que sí, que si fuese una guerra, íbamos a ganarla. En última instancia. Porque tendría que pasar algo catastrófico para que «ganase» el virus. Aunque… ¿cuándo se considera que «gana» el virus? ¿Cuando extermina a toda la humanidad, como en Plague inc3? Llámenme tiquismiquis, pero, si esto es una guerra, igual había que establecer las condiciones de victoria.

Porque, si es una guerra, parece que queremos ganarla a lo Zapp Brannigan.

Venga, vamos a tope con la metáfora4. En realidad, la «guerra» al coronavirus no se va a ganar. A fin de cuentas, es contra una población invasora que no existía hace seis meses y ahora ha penetrado en todos nuestros territorios. Cuando la guerra acabe va a ser a costa de un armisticio: El coronavirus vivirá con nosotros, en nuestras tierras, casas y cuerpos. Además, cada año le haremos jugosos sacrificios en forma de vidas5. Él, a cambio, no nos dará nada. Ni siquiera nos garantiza que no nos atacará de nuevo, mutado, más grande, más fuerte. Coronavirus strikes back.

Joder, al final vaya mierda de paz que vamos a firmar. A ver si resulta que no vamos a ganar. Porque, aunque se invente una vacuna, el agente infeccioso no parece muy erradicable. Hay que ver, desde el glorioso genocidio de la viruela no ganamos una6… Llámenme clásico, pero a mí me gustan las victorias que se parecen menos a rendiciones7.

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Coronavirus digievoluciona a bicho verde, grande y feo… (pueden apreciarse ligeras licencias creativo-biológicas)

Quizás sería mejor tener cuidado con las metáforas. Porque, verán, parece que nos empeñemos tanto en decir que esto es una guerra para poder justificar que necesitamos héroes. Si tuviésemos suficientes profesionales, a lo mejor no hacía falta tanta heroicidad8. Ya saben, los profesionales, esa gente egoísta que quiere comer, dormir y lo mismo hasta cobrar.

Seguramente en la crisis económica que venga también se utilizará lenguaje cuartelero. La crisis será el nuevo enemigo a batir. Los héroes olvidados volverán a las listas de empleo temporal porque –magia de la metáfora– volverán a ser parte de ese Estado de Bienestar que no nos podemos permitir. Ya verán como nos hemos muerto por encima de nuestras posibilidades. Nos pedirán nuevos esfuerzos, abrocharnos el cinturón, agarrarnos que vienen curvas.

A las trincheras. Guerra por aquí, guerra por allá; maquíllate, maquíllate.


  1. La Crisis es una deidad voraz. ↩︎
  2. También se utiliza mucho en el cáncer, de forma errónea, en opinión del que suscribe ↩︎
  3. Es un buen entretenimiento para estos días, si tienen humor negro ↩︎
  4. A esto podemos jugar todos. ↩︎
  5. Como serán personas vulnerables, pues tampoco nos importará demasiado. Al final todos tenemos que morir, diremos. Hay que morir de algo. Hay que hacer recortes. ↩︎
  6. Bueno, venga y 2/3 de la polio ↩︎
  7. Lo que yo les diga, al final voy a conseguir que me fusilen ↩︎
  8. Ya nos decían en el anuncio del juego «The Witcher 3» que este mundo no necesita un héroe, sino un profesional. Bueno, no era «este mundo», salvo de forma metafórica. (Jajaja. ¿Ven lo que acabo de hacer?) ↩︎

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