La muchacha afgana

1. Foto

Se llama Sharbat Gula y su rostro se hizo famoso en los años 80 del siglo pasado por ocupar la portada de National Geographic. Por aquel entonces nadie1 conocía su nombre, y era habitual referirse a ella como «la muchacha afgana» o «la muchacha de los ojos».

En realidad, la portada iba a ser distinta, pero a última hora el director decidió cambiar la imagen por la ya mundialmente conocida. En la otra foto la muchacha aparecía tapándose el rostro con el pañuelo. Es una imagen más relajada, un poco juguetona. Nunca sabremos si habría tenido el mismo éxito.

Lo que sí sabemos es que ya por aquel entonces Sharbat era víctima de una guerra, y que su vida ha orbitado durante muchos años entre campos de refugiados y deportaciones, entre idas y venidas de Afganistán a Pakistán.

2. Símbolos

Sharbat Gula es un símbolo2, aunque no está muy claro de qué. ¿Del desafío? ¿De la dignidad? ¿De un colonialismo que nunca acaba? ¿De las guerra interminables, con sus filas infinitas de víctimas? ¿O de la terrible paz de los vencedores? Es difícil afirmarlo, mientras los ojos de la fotografía te juzgan.

Porque los símbolos son poderosos. Hacen que recuerdes lo que olvidarías, que mastiques pensamientos que, de otro modo, dejarías pasar. Y los ojos de Sharbat Gula hacen que Afganistan y las guerras nos vengan a la cabeza, a veces en mitad de la noche.

En 2002 National Geographic abordó la tarea de volver a fotografiar a la muchacha afgana, de la que parece que ni siquiera conocían el nombre. Milagrosamente, tras gestiones detectivescas, fue posible la reunión con Steve McCurry, autor de la fotografía original.

3. Educación

Dicen que hay un proverbio afgano que describe la educación como «la luz que ilumina los ojos»3. Irónicamente, la foto de Sharbat Gula se hizo en una escuela, pero ella no sabe leer ni escribir. Los currículos educativos de los campos de refugiados no suelen puntuar muy alto en los informes PISA.

Gracias al reencuentro supimos que Sharbat Gula tenía tres hijas más una cuarta ya fallecida. Ella quería que recibieran la educación que ella no tuvo. Quería, si les parece, que sus ojos tuvieran luz. No está muy claro cómo algo así podría ser posible. Cada día que pasa parece más difícil que una mujer afgana pueda recibir educación.

En este punto me viene a la memoria la canción Russians, escrita por Sting durante la Guerra Fría, en la que se preguntaba, con un sarcasmo muy ingles, si los rusos amarían a sus hijos. ¿Amarán los afganos a sus hijos? ¿Y a sus hijas?

4. Cultura y ocultación de la mujer

Me llama la atención que en ninguna de las fotos de Sharbat Gula se observa una sonrisa4. Parece que existe un tabú que impide a las mujeres sonreír a hombres que no sean su marido o familiar cercano. Esto es parte de la purdah, la reclusión, la retirada de la vida pública a las que están sometidas muchas mujeres. Esta barbaridad, esta purdah, se impone a las niñas a partir de los trece años. El burka se relaciona con este concepto, aunque el alcance llega mucho más allá. Es parte del sistema cultural que somete a las mujeres e impide su presencia pública, el acceso a la salud o a la educación. Es algo que legiones de mujeres, a las que solo podemos calificar de heroínas, combaten a diario poniendo en riesgo su vida.

¿Cómo sería posible tomar la segunda foto, la que apareció en los medios junto a la original? ¿No exigieron tapar la cara? ¿Se le permitió mostrarse frente a un fotógrafo extranjero, hablar con él?

Qué importante es la imagen en la construcción del relato. A mí me lleva a seguir pensando en ella, desde siempre, casi desde que tengo uso de razón, desde la primera vez que la vi, cada vez que aparece en sueños que no sé si son pesadillas. ¿Cómo habrá sido su vida? ¿Habrá tenido, ya no una buena vida, sino al menos una vida aceptable, una vida digna?

5. Felicidad

Para sacarme de dudas, su hermano5 dice en el reencuentro de 2002 que Sharbat Gula no ha sido feliz ni en un solo día en su vida. Quizás, añade, el día de su boda. Me encojo mentalmente de hombros al leerlo. Ese matrimonio, concertado, se produjo cuando ella tenía trece años. No, no, dieciséis, corrige su marido, también presente durante la entrevista. El listón del día más feliz de su vida no parece exageradamente alto. Por favor, recuerden golpear periódicamente en el rostro a cualquiera que les diga que la gente que no tiene nada es muy feliz.

Así que… ¿felicidad? Nos dicen que no. Vale, pero, al menos, ¿se ríe en la intimidad de su hogar, cuando juega con sus hijas, cuando nadie más la puede oír? ¿O ni siquiera eso? (¿Por qué me resulta tan importante que la gente desgraciada al menos se ría de vez en cuando?)

¿En qué momento se la condenó, en qué momento le dio lo mismo al mundo lo que le pudiera pasar a ella y a toda su nación? ¿Por qué es más grave el sufrimiento de esta muchacha afgana en concreto?

6. Ella

Es más sencillo empatizar con los dramas cuando los personalizamos, como sabe toda ONG que ofrezca apadrinamientos para intentar mejorar sus recursos. Pero también es un enfoque que favorece el análisis superficial de la situación.

Por eso el deseo de encontrar a esta muchacha afgana en concreto parece encaminado a darle continuidad a una historia nuestra más que a la suya. La historia de Afganistán podemos seguirla con cualquier refugiada ¿no es así? ¿Hace más cierto el drama el hecho de que sea ella? ¿El evidente envejecimiento, muy superior a lo que los años sugieren, aporta alguna lección, da más fe de la injusticia? ¿La buscamos por ella o por nosotros? ¿Qué nos queremos demostrar?

La muchacha afgana, Sharbat Gula, no era consciente de la importancia de la foto, de la relevancia que tuvo en el mundo. Ni siquiera había llegado a verla. No sabe la de pensamientos que ha poblado en las últimas décadas, la de habitaciones en las que ese retrato se encuentra colgado, hasta qué punto representa a Afganistán. Ese segundo encuentro sirvió al menos para contárselo. Para incluirla en el relato.

También sirvió para obtener una segunda foto que ocuparía periódicos de todo el mundo al lado de la ya icónica imagen. Miren lo que ha pasado, Opinión Pública.

7. La segunda foto

La foto de 2002 adquiere valor al situarla junto a la primera. Una es audaz. La otra, resignada. Si les gusta jugar a la Historia, viene bien recordar que la primera foto se tomó durante la ocupación soviética del país, mientras que la segunda se hizo en plena guerra con EEUU6.

La obra original es de esas que reconoces como maestras sin necesidad de saber quitarle la tapa a un objetivo. Los colores de los ojos coinciden con el tono de la pared y el rojo del chal aporta el contrapunto cromático perfecto. La audacia de la mirada y la belleza de los rasgos contrastan con la evidente incomodidad de la modelo7.

No parece el retrato de una refugiada. Parece alguien que sabe más que nosotros, alguien que conoce secretos que nunca podremos explorar. Parece, caray, casi una enviada de los dioses. Una fremen. Una guerrera. Un avatar.

En contraste, la segunda foto muestra una mujer vencida por la evidencia. Una víctima del contexto. Un producto de la realidad. No necesitamos que nos digan que ha tenido una vida dura, máxime si añadimos el dato de que sólo diecisiete años separan ambas fotos. Esta foto me incomoda más, si cabe, porque elimina el misterio y lo envuelve en desesperanza.

Porque las imágenes nos hablan de ella, pero también son un espejo incómodo. Es nuestro fracaso. Es la retahíla de contratos militares, de los millones de millones para mercenarios y, alguno menos, para una reconstrucción que nunca logró asentarse, continuamente bombardeada. Las armas pueden acabar con las escuelas, y las escuelas también pueden acabar con las armas, pero tardan más tiempo. La guerra de la educación en Afganistan no ha terminado.

8. Qué fue de ella

Es normal preguntarse qué habrá sido de ella ¿Habrá sabido de las invasiones, de las batallas, de las insurgencias, de la convulsa historia de su país? ¿O le habrá pasado de lado en algún valle remoto donde las noticias llegan con dificultad?

Tras el encuentro de 2002, el destino de Sharbat Gula ha ido ocupando con cierta regularidad la atención de la opinión pública. Sabemos, por ejemplo, que fue detenida y deportada en 2016 cuando Pakistan endureció su política hacia refugiados afganos. Que fue recibida por el entonces presidente de Afganistan, reconociendo su valor de símbolo y facilitándola la residencia en Kabul. Que su marido falleció de hepatitis C, enfermedad que ella también padece.

Hace unos pocos días nos sorprendió la noticia de que se le había concedido asilo en Italia, preocupada por su seguridad tras la victoria del régimen talibán en Afganistan. La historia de la muchacha afgana parece que continuará ahora en Europa, desligada un tanto de su país de origen. Quizá su estatus particular le depare mejor fortuna que la de tantas personas que intentan abandonar territorios en conflicto, o la de todas las que arriesgan su vida a diario intentando encontrar un futuro mejor.


  1. «Nadie» en occidente, claro. ↩︎
  2. O quizás lo sea sólo la imagen y no ella. Le hemos dado toda la importancia al icono ↩︎
  3. Lo mismo es un proverbio de verdad, aunque lo encuentro demasiado conveniente como para no mostrarme un poco escéptico ↩︎
  4. Estoy siendo etnocentrista, lo sé ↩︎
  5. Imagino al hermano y al marido manteniendo el grueso de la conversación en la entrevista, aunque no nos lo señalan expresamente ↩︎
  6. Si les gusta el humor, les recuerdo que el primer nombre del ataque estadounidense fue «Justicia Infinita». ↩︎
  7. «Modelo». Casi parece ofensivo usar esa palabra en este contexto ↩︎

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