Una vez, en clase de literatura, levanté la mano y pregunté (con escasa convicción) cómo diferenciar un drama de una tragedia. La diferencia fundamental —me explicaron— radica en la idea del sino, de la fatalidad. El drama puede tener solución, pero en la tragedia hay como una sombra que se cierne sobre los personajes e impide que su historia acabe bien. Es Romeo impacientándose en vez de esperar cinco minutos a ver si lo de Julieta no es para tanto. Es Madame Butterfly decidiendo que no hay nada que hacer. Es Carlos Sainz intentando arrancar el coche a cien metros de la meta. Podría haber salido bien, pero el destino… ¡ay, el destino!
Era exactamente lo que quería saber. Yo soy muy curioso, pero hago pocas preguntas porque casi nunca me dan las respuestas que busco. Si las recibo, las guardo como tesoros. Porque para responder bien hay que saber escuchar la pregunta, hay que saber la respuesta y hay que saber transmitirla de forma adecuada. Son muchos “hay que saber”. No es habitual que se den todos juntos.
Todo esto me vino a la cabeza la semana pasada, cuando se hizo pública la noticia del suicidio de Verónica Forqué y las redes se llenaron de gente bienintencionada diciendo que si te sientes mal hay que pedir ayuda. Es lo lógico ¿verdad? Si te encuentras mal y estás pensando en hacer una tontería suicidarte, hay que pedir ayuda. Antes de matarte, pide ayuda: se han hecho camisetas con menos.
Porque si te encuentras mal y acudes a urgencias y dices que estas mirando tutoriales de nudos corredizos en Youtube obtendrás ayuda. Bueno, al menos si hay camas libres en la unidad de agudos de Psiquiatría te tendrán en observación veinticuatro horas tras las que, si no has hecho o dicho nada (muy) raro, te darán el alta. Te han mantenido con vida un día. No es exactamente una solución, pero supongo que está bien, aunque no sé si te sentirás mucho menos suicida que antes, o por cuanto tiempo.
Si le dices a tu familia o a tus amistades que estás… ya sabes, pasando una mala racha, o que estás triste, tienes bastantes posibilidades de que te digan que te animes. Que tienes muchas cosas por las que vivir. Que hay gente que está peor. Así, además de suicida te sientes gilipollas. No es un avance, pero al menos es un cambio.
Si directamente les cuentas que estás pensando en matarte, lo más probable es que te digan que “eso ni en broma” o que “no digas eso”. Vivimos en una sociedad que no se siente cómoda con la muerte y no es extraño que se niegue la idea sin tomarla en consideración. No ha valido de mucho.
Puedes acudir a Atención Primaria. Lo más factible es que tu médico te dé medicación o te derive, según cómo lo pintes, a Urgencias (retrocede tres párrafos) o al Centro de Salud Mental, donde en unos meses tendrás otra oportunidad de explicar lo tuyo. A lo mejor hasta te dice que te animes. De cualquier modo, te deja mucho tiempo libre para ver vídeos de Youtube ¿verdad?
Por supuesto, puedes ir por lo privado. La sanidad privada siempre está ahí para ti. Queda mucho peor decir “si te sientes mal (y tienes dinero) pide ayuda (profesional)”. A las clases bajas se las llama “clases deprimidas” por algo.
Supongo que por todo esto recordé mis clases de literatura, mi exigua colección de respuestas satisfactorias. No creo que el problema sea que no se pida auxilio sino lo que pasa después. Al igual que yo aprendí a no hacer preguntas, mucha gente habrá aprendido, frente a la idea de quitarse la vida, que pedir ayuda no sirve de mucho. Porque, para que esa petición sea de utilidad, la persona que te escuche tiene que saber escuchar, tiene que saber la respuesta y tiene que saber transmitírtela. Son muchos “tiene que saber”. Pueden ser demasiados.
Y por eso, muchas veces, lo que podría ser sólo un drama acaba siendo una tragedia.