En las clases de educación sexual para unicornios todo el énfasis se ponía en el cuerno.
No se hablaba apenas del lomo, las pezuñas, la cola, las crines, los ijares o los costados. Se señalaba la importancia de las ubres como zona erógena con un poco de vergüenza, generalmente frente a las risas nerviosas de los jóvenes unicornios.
El grueso de la clase (perdón por la vulgaridad) lo constituía el taller de poner preservativos en el cuerno. Hay que hacerlo con cuidado. Debe ponerse empezando por la punta –por supuesto– e irlo desenrollando con cautela. El cuerno tiene que estar duro o el preservativo no ajustará bien. Es necesario dejar un poco de aire en la punta del preservativo. El cuerno tiene que estar cubierto antes de empezar a hacer «nada».
Los jóvenes unicornios, entre risas, fueron probando a poner un preservativo sobre una imitación que no se parecía demasiado a un cuerno real. Eso no les impidió hacer bromas. Los más atrevidos cogían la imitación por la base y perseguían a sus compañeros por todo el aula, intentando golpearles con la punta en la cara como habían visto hacer al gran semental con jóvenes yeguas en los vídeos de Uniporn, el portal de vídeos pornográficos para unicornios. Mientras tanto las unicornias1, más pragmáticas, iban poniendo y quitando el preservativo varias veces. Algunas ponderaban, con discreción, la forma y el tamaño de la imitación, haciendo sus cábalas.
Existía preocupación frente a la primera experiencia sexual, aunque la charla llegaba tarde para un porcentaje significativo del alumnado. Ya no eran cachorros de unicornio, pero aún no eran adultos. Probablemente hubiera sido mejor haber empezado con su educación sexual antes, haberle ganado el paso a Uniporn. El embarazo es una preocupación general; las enfermedades de transmisión sexual un poco menos. A los potrillos les preocupa mucho «hacerlo bien», sea lo que sea eso. Ellas están más preocupadas por que no les hagan daño.
En general, el cuerno de las unicornias es de menor tamaño pero también de gran sensibilidad. Tiene otro nombre, pero apenas lo utilizan en el taller. Lo cierto es que sus nombres, sus preocupaciones, quedan un tanto en segundo plano, y son los unicornios macho los que monopolizan la conversación: Están continuamente hablando del cuerno, el cuerno, el cuerno. El cuerno esto, el cuerno lo otro. Una de las alumnas no está muy interesada en los cuernos de sus compañeros (ni en sus lomos, ni en sus pezuñas, ni en sus colas, ni en sus crines, ni en sus ijares, ni en sus costados, ya que estamos) pero no se atreve a decir nada. Intuye otras urgencias, pero ya irá aprendiendo por su cuenta, a tientas, qué hacer con ellas sin ayuda de la educación académica.
La última media hora del taller estaba dedicada a hablar del consentimiento pero no ha dado tiempo porque –no se lo van a creer– la charla sobre el cuerno se ha alargado demasiado. «Se ha alargado demasiado», dice alguien. Risas. Tampoco han tenido tan mala suerte, a fin de cuentas la educación sexual no es obligatoria en el curriculum educativo y en otras escuelas ni siquiera les dan estos talleres. Lo que no ha dado tiempo ya lo irán averiguando por ahí. Del resto de la clase, de lo que lean, de lo que vean por la tele o por internet.
El profesor les dice, mientras recoge las imitaciones, que está a su disposición para lo que quieran, lo que genera otra oleada de risas y relinchos casi histéricos. El docente añade, ruborizado, que pueden preguntarle cualquier duda sobre el tema en cualquier momento, mientras ruega por lo bajo por que eso nunca ocurra. El taller acaba, y se marchan trotando a otra aula, que ahora toca matemáticas.
La sociedad unicornia tiene un grave problema de desigualdad de género, con las unicornias sufriendo una discriminación sistemática en todos los ámbitos de la existencia. Incluso tienen un día anual dedicado a la violencia de género, que no es más que la forma más extrema de esta discriminación. Todo el mundo parece estar de acuerdo en que la educación es imprescindible para mejorar esta situación, pero no se acaba de actuar de forma decidida al respecto.
Afortunadamente los unicornios no existen y todo esto es ficción.
- Quizás el uso del masculino genérico les ha hecho pensar que sólo había unicornios varones en el aula. ↩
[…] Como al resto de mi generación, me socializaron en la idea obsesiva del sexo seguro. Había talleres en los colegios, en los campamentos, en las gasolineras… menos en catequesis, casi en cualquier lugar. Llegabas a los 14 años sabiendo poner un condón a oscuras y con un mano atada a la espalda1. El problema era la orientación de esa educación sexual, que se centraba sólo en el condón y el órgano que recubre. Era una educación sexual de unicornios. […]
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