De colores se visten los campos en la primavera

Hace ya unos años, en una de esas comidas navideñas sencillas y frugales, me tocó sentarme junto a la ventana del restaurante. Desde allí podía ver cómo se empezaba a formar una cola de tiernos infantes que querían pedir a los pajes de los Reyes Magos, situados en el edifico anexo, sus merecidos regalos. Justo entonces, vi como entraban discretamente por una puerta lateral unos hombres que supuse que iban a disfrazarse para empezar su turno atendiendo a los niños. Me sorprendió gratamente ver que uno de ellos era negro.

Comenté con el resto de la mesa que qué bien que Baltasar ahora fuera encarnado por un negro de verdad, pero enseguida me sacaron de mi error. Ese negro que había visto no era Baltasar, sino un paje. El día de la cabalgata Baltasar sería un concejal pintado de negro, como manda la cristiana tradición. Y, efectivamente, así fue. Los pajes y asistentes de Baltasar eran negros, pero el propio rey era un blanco con la cara pintada. Es importante aprender desde una temprana edad que un negro puede llegar a paje, pero para llegar a rey habrás de pintarte la cara.

Los niños y las niñas no son imbéciles. Cuando iba a ver la cabalgata de jovencito era consciente de que se trataba de un señor con la cara mal pintada, pero tampoco me llamaba tanto la atención como otras violaciones del continuum espacio-tiempo que se producían en torno al 6 de enero. Ya saben a qué me refiero.

Juguetes. Juguetes. ¡¡DAME JUGUETES!!
Juguetes. Juguetes. ¡¡DAME JUGUETES!!

Aladino blanco, negro, ¿amarillo?

No es la primera vez que lo de pintarse la cara trae problemas a la gente. Por ejemplo, todo el mundo conoce la historia de Aladino, ya sea la versión impresa de Las mil y una noches o alguna de las versiones recientes de Disney.

Y precisamente la última versión de Disney, rodada con actores (es un decir) reales, ha recibido numerosas críticas porque el casting no era suficientemente “árabe”. A fin de cuentas, se supone que aquello es Arabia. Y no sólo eso, también hubo gente –se lo juro– que protestó porque Will Smith, que interpretó al genio de la lámpara, no era lo suficientemente azul. Voy a repetirlo, por si acaso esto no ha calado. Había gente que decía que el genio de la nueva versión estaba mal porque no era suficientemente azul. Haters gonna hate.

Lo realmente maravilloso, más que la lámpara, de este tema es que la historia, tal como se cuenta en “Las Mil y Una Noches”, se desarrolla en China. Así que el original, al ambientar una historia en China pero dándole un lavado persa está haciendo el equivalente de lo que ahora entendemos como una forma de etnocentrismo llamada whitewashing: contar una historia de otra cultura aplicando los valores y las estéticas de la cultura dominante.

“Mi primer deseo es que google funcione en mi móvil Huawei”
“Mi primer deseo es que google funcione en mi móvil Huawei”

Por eso no deja de encerrar su ironía que se haya liado parda porque Disney no usa actores “suficientemente árabes”. ¿Se imaginan que ahora China protestase porque Aladino no es lo suficientemente oriental? ¿Estaremos frente al nuevo asesinato del archiduque Francisco Fernando, el conflicto que iniciará una nueva guerra mundial?

Trudeau y el maquillaje

Aladino es un tanto trending topic, de un tiempo a esta parte. Y, si no, que se lo digan a Justin Trudeau.

El primer ministro de Canadá era hasta hace poco el favorito de la crítica y el público por su aspecto resultón y su ideología prêt à porter. Trudeau, el amigo de los niños, declarado feminista, defensor del derecho al aborto y de la legalización de la marihuana, contrario a la independencia del Quebec. Tipo resultón, de planta, carismático, encantador. Y líder del Partido Liberal Canadiense. Toda comparación con Albert resulta odiosa.

Ya sabemos cómo es esto de ser liberal: en América significa que eres casi de izquierdas y en Europa que eres más bien de derechas. Es increíble los efectos que puede tener el Océano Atlántico en una palabra. Nuestro candidato liberal ibérico favorito quedaría raro liderando el Partido Liberal Canadiense. La imaginación tiene sus límites, aunque en la política española nos guste jugar a encontrárselos.

“Si a Araaaaaaabia tu vaaaaaas…”
“Si a Araaaaaaabia tu vaaaaaas…”

Trudeau se encontró en medio de la polémica cuando llegó a manos de la prensa una fotografía suya en una fiesta de disfraces(¡de 2001!) con la cara pintada de negro. Aquí nos puede parecer una tontería, pero esa práctica, conocida como blackfacing, es considerada una forma de burla hacia la población negra por sus connotaciones racistas y relativas a la esclavitud. Trudeau, ágil como un borbón, dijo que lo sentía mucho, que se había equivocado y que no lo volvería a hacer. Y aquí –allí– paz y después gloria1. Ya ven, en España los concejales se pintan la cara para ser reyes y en Canadá te puede dificultar la reelección a primer ministro.

La verdad, mi primera reacción frente a la noticia fue ambivalente. Entendía el motivo de queja, pero me parecía un poco excesivo. Es decir, razonaba, se trata de un disfraz, y no de plantar cruces en llamas en el patio de la casa de tu vecino de Louisiana. Pero por otro lado, me planteaba hasta qué punto tienes derecho a decir a alguien qué grado de ofensa es admisible cuando no eres el objeto de la misma. Y entonces me acorde de Harry.

Harry, una historia de tragedias y superación

Hace unos años, un mocito de buena familia al que todos llamaban Harry, de profesión Príncipe de Inglaterra, decidió que era buena idea ir a una fiesta de disfraces ataviado con un uniforme nazi.

“Mira, tía, soy nazi” “Tú lo que eres es gilipollas, bro”
“Mira, tía, soy nazi” “Tú lo que eres es gilipollas, bro”

Desgraciadamente para él, fue la única persona a la que le pareció buena idea. Hay que entender a Harry, ha tenido una vida difícil. Perdió a su madre de joven, tuvo que vivir en edad escolar todo el éxito de Harry Potter, la prensa del corazón no le castellaniza el nombre como a su hermano, pasa de tercero a noveno en la línea sucesoria. Obviamente, eso no justifica que se vista de nazi, pero tampoco podemos decir exactamente que nos sorprendiera.

Les parecerá que no tiene nada que ver pintarse la cara de negro con ir disfrazado de nazi, pero quizás sí lo tenga en un sentido, en el de que los tabúes están estrechamente ligados a la cultura. Por ejemplo, en Asia existe la moda de utilizar iconografía nazi o camisetas con la cara de Hitler porque les parecen molonas2. Allí lo nazi es provocador, pero no es un tabú. Allí Hitler no es el tipo que orquestó el genocidio de seis millones de judíos, sino un señor que vivió más allá de los Urales, donde Buda perdió el mechero 3. Es un icono, sin todas las connotaciones que tiene en este continente.

Por el contrario, en Europa puedes ir a cualquier fiesta caracterizado de Leopoldo II de Bélgica y, cuando te canses de explicar de qué leches vas disfrazado, nadie se escandalizará porque rememores al tipo que mató a unos doce millones de congoleños, ni te dirá que tu disfraz es de mal gusto4.

Lo que molesta o no, lo que está permitido o no, se determina culturalmente, y no es transferible de forma directa a otra sociedad. Por eso es más que posible que los blanquitos tengamos dificultades en entender que pintarse la cara de negro puede resultar ofensivo.

Leopoldo II de Bélgica. Al año siguiente te pones la barba en la cabeza y puedes ir de la novia de Frankenstein.
Leopoldo II de Bélgica. Al año siguiente te pones la barba en la cabeza y puedes ir de la novia de Frankenstein.

Blackface en España o “yo no soy racista pero…”

Así que la costumbre del blackfacing es considerada de un mal gusto extremo en América. ¿Y en España?

En España el origen de la costumbre es similar: se utilizaba como forma de burla hacia los esclavos negros, y desde ahí, más o menos pulida, la hemos mantenido. Por ejemplo, es habitual en carnaval disfrazarse de negro, porque se piensa que la negritud es un concepto estereotipado del que te disfrazas: te pintas la cara y, si eso, te calzas un traje de leopardo, te pones un hueso en la cabeza y listo para liarla. Ya se sabe que en España no hay racismo, que son los padres.

Por supuesto, el caso de blackfacing más extendido en este país es el mencionado al principio de la entrada: los reyes magos. La tradición dicta que uno de los tres reyes magos es negro. Y la tradición dicta que ese papel le corresponde a un concejal blanco con la cara pintada.

Ya, ya; te dice algún listo, pero es que no habría negros suficientes para tanto Baltasar. ¿En serio? ¿No hay suficientes? ¿De verdad?Ya hemos dicho que los pajes y asistentes de Su Serenísima Majestad Baltasar sí solían ser negros no pintados: A ver si lo que no hay es suficientes negros concejales5. A ver si esto va a ser una cuestión de poder y no de costumbre.

Lo cierto es que si preguntas a la parte perjudicada sobre el tema de pintarse la cara de negro sí que les resulta una práctica racista, pero no pasa nada, que los que lo practican dicen que ellos no quieren ser racistas y que por tanto no lo son, y que ya está, que no van a venir los negros a saber más que ellos sobre lo que es ser racista. Te lo pueden decir con la copa de Soberano en la mano y contando chistes de Arévalo. Hasta ahí podríamos llegar.

Aladdín, Aladino, los nazis y la pintura

Me gustaría terminar con un tema menor pero al que no puedo dejar de dar vueltas: si Trudeau se estaba disfrazando de Aladino… ¿por qué se pintó la cara de negro? ¿O en realidad se la pintó de marrón? De todas formas… ¿de qué color es Aladino? ¿La gente es de colores? ¿De verdad seguimos discutiendo esto? ¿Cuándo se acaba esta entrada?

Ya hemos comentado que hay gente que considera que el color de Aladino es incorrecto, que el del genio es incorrecto y que la mera existencia de la película es incorrecta. También que Trudeau debería tener cuidado con las fotos suyas que circulan por ahí.

“¡Ese genio no es suficientemente azul!”
“¡Ese genio no es suficientemente azul!”

¿Y qué opina Disney de todo esto? Pues parece que les da todo igual mientras sigan haciendo caja. Es una empresa del siglo XXI, que el color que más le importa es el verde del dolar.

Pero como detalle final, para acabar de globalizar la trama, podemos añadir a la ecuación que el actual presidente de Disney, Bob Iger, es judío. Quizás todo este lío cromático es parte de un plan. Caray, esperemos que no se entere el príncipe Harry cuando esté eligiendo su disfraz de Halloween.

Así que resumimos: Bob Iger, que es judío, preside una compañía que hace un remake de su clásico de animación, “Aladdin”, usando personajes de carne y hueso, pero no suficientemente árabes. Esta película está basada en una historia con ambientación persa, aunque situada geográficamente en China. En la última versión de la película, el genio, que es azul, es interpretado por un negro, Will Smith. Y negro fue el color que utilizó Trudeau para su disfraz de Aladino unos años atrás, con consecuencias negativas para sus aspiraciones a la reelección.

Por tanto, a día de hoy, el genio es un negro pintado de azul y Aladino es un blanco pintado de negro. Pero, en realidad, sabemos que los dos deberían ser chinos.

Me voy a tomar una aspirina. No me negarán que vivimos tiempos interesantes.

  1. Cabe señalar que esto ocurrió en mitad de campaña electoral. En otros países sólo tienen elecciones cada cuatro años o incluso más, por lo que hay periodos en los que no están en campaña y dirige el país una institución llamado “gobierno”. Entiendo que todo esto se nos puede hacer raro, pero son sus costumbres y hay que respetarlas.
  2. Yo tengo una camiseta de Darth Vader. No es lo mismo, pero quería hacer notar que tengo un lado oscuro.
  3. A tomar pol culo, vaya. Es que no quería ser grosero.
  4. Seguro que no tiene nada que ver que el genocidio ocurriera en África: Basta con ver cómo nos escandalizan diariamente las muertes ocurridas en ese continente.
  5. O negras. Porque no hay problema en pintarse la cara para ser rey, pero si le cambias el sexo esto se vuelve intolerable. Nunca te lo perdonaré, Carmena.

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