8M: Miedos y bandos

Hace un par de años, a finales de ejercicio, tenía previsto escribir en este nuestro blog una entrada que llevara por título «El miedo ha cambiado de bando«. Reflexionaba un poco sobre el auge del #Metoo, las manifestaciones del «yo sí te creo» y los buabuahombres que protestaban porque les iba a ser imposible follar tener relaciones sexuales si había que pedir permiso.

Pero sobre todo hablaba sobre cómo el feminismo parecía haber alcanzado masa crítica para su institucionalización. Al final me pilló el toro porque diciembre es un lodazal y la vida nos maneja a su antojo, así que me dije que para otra ocasión. Y es una pena, porque parece que no hubiera ido mal encuadrado. Pero no hay momento como el presente.

Masa crítica

Estamos en 2020, Harvey Wenstein está en la cárcel, el Tribunal Constitucional le ha dicho a los de «La Manada» que si están de broma y sigue habiendo gente capaz de reconocer el consentimiento inequívoco de sus parejas sexuales sin mayor problema. Seguimos estando lejos de una sociedad feminista, pero todo parece haber cambiado a mejor muy rápido.

«Masa crítica» es una expresión que la Sociología ha tomado prestada de la Física para referirse al número mínimo de personas necesarias para que se produzcan ciertos fenómenos. Por debajo de ese umbral, apenas hay efecto. Por encima de ese umbral, la efervescencia. Es el punto en el que un cambio cuantitativo se vuelve cualitativo.

Como ejemplo, piensen en una persona que cruza un semáforo en rojo: los coches la esquivarán sin apenas reducir la velocidad. En cambio, cuando un número suficiente de personas cruzan en rojo a la vez –masa crítica– los coches se pararán. Eso está muy bien saberlo, sobre todo si estás en un cruce en el que el semáforo está manipulado para perjudicarte.

Cualquier persona que lleve un tiempo interesada en el feminismo puede constatar que en los últimos años se ha alcanzado la masa crítica necesaria para que se produzca la institucionalización del movimiento. Esto es bueno y malo.

Tercer paro internacional de mujeres, Buenos Aires, 2019. – María Solange Sansone (Creative Commons)

Institucionalizando el feminismo

El 5 de marzo de 2018, en vísperas de la primera huelga feminista, publiqué esto, en apoyo a las reivindicaciones. Una semana más tarde, frente a su éxito1, escribí otra encíclica en la que, entre otras observaciones, propugnaba que se utilizara el poder de convocatoria demostrado para incluir el feminismo dentro de la agenda política.

Concretamente, teorizaba que el feminismo podría llegar a ser un eje, o punto de fractura, dentro de la arena política: uno de los temas centrales frente a los que un partido tiene que tomar posición. Hoy podemos decir que eso ha ocurrido2.

Otra forma para institucionalizar el feminismo, decía, sería su inclusión directa en el sistema de partidos, ya fuera dentro de los partidos existentes, como partido propio o como grupo de presión. Esto también ha ocurrido: La mayoría de los partidos políticos incluyen una corriente feminista en su interior, con las diferencias que caben esperar dentro del espectro político. Incluso los partidos que carecen de corriente feminista se definen en relación a ello, en lucha contra una cosa que llaman «feminismo supremacista», movimiento que les persigue y envenena sus sueños, seguramente apoyado por naves extraterrestres conducidas por Hitler desde la cara oculta de Marte.

Hasta aquí, todo bien. Pero esta institucionalización produce otras consecuencias de perfil más dudoso.

Los dos lados del mainstream

La primera de las consecuencias dudosamente deseables del auge institucional del feminismo es que el término empieza a ser utilizado como una de esas palabras comodín a las que se despoja de significado. Democracia, libertad, justicia. Todos los partidos están de acuerdo en que son deseables, pero discrepan en lo que significa. Igualmente, el significado de «feminismo» cambian según la boca que lo pronuncie: por ejemplo, esta semana hemos visto cómo una política del PP se define como «feminista amazónica»3

En cualquier caso, todos los partidos del arco parlamentario, excepto uno, defienden las principales tesis del feminismo liberal y aportan tesis de feminismos de la diferencia según el ideario. Esto no es de extrañar, dado que es lógico que las tesis más incómodas tengan peor encaje parlamentario, lo cual nos lleva a otra consecuencia.

El feminismo, al haber logrado su objetivo de institucionalización, se vuelve mucho más visible, lo cual es un regalo envenenado. Porque esto aumenta su visibilidad y el conocimiento general, pero también hace relucir sus diferencias. Algunas de ellas teóricas, otras más programáticas: Probablemente los disensos más importantes dentro del feminismo institucional sean los delimitados por la posición frente a la prostitución, la pornografía, el transfeminismo y la explotación reproductiva («vientres de alquiler» o «gestación subrogada», si prefieren). Situaciones como la vivida en Izquierda Unida y el Partido Feminista apoyan esta visión.

Por supuesto, frente a esta dimensión más política permanece el apoyo popular y la gran fuerza del feminismo de a pie que un año más aprovecharán la jornada para mostrar músculo. Qué cosas, eh, Partido de la Caja, mujeres mostrando músculo.

En cualquier caso, que disfruten de una jornada de concienciación, celebración y activismo, en el porcentaje que consideren más apropiado. Feliz día hoy a todas las mujeres, y feliz existencia en los subsiguientes. Ojalá el horizonte sea cada jornada un poco más brillante.


  1. Y viendo la oportunidad de estirar la idea. ↩︎
  2. Si me lo hubieran dicho cuando escribí la entrada hubiera pedido que me diesen un poco de lo que estaban tomando. ↩︎
  3. El feminismo amazónico, definido por Camille Paglia en 1990, es una forma extrema y controvertida de feminismo liberal ↩︎

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