Cada día nos enfrentamos a la dicotomía de pasarnos el día chapoteando en la indignación o darnos un poco de cancha viendo «¡Fama, a bailar!» (o lo que sea que prefieran hacer para distraerse).
Hay gente que es muy intensa y que opta por la primera opción, la de todas las desgracias del universo cada minuto de cada día, y otra que, más leve, abraza la ignorancia y decide que le da igual lo que pase más allá de su propio ombligo. Son casos extremos. La mayoría nos movemos en un punto intermedio entre la indignación y el ir tirando.
Pero no a todo el mundo le pica en el mismo sitio. Tienes a quien no le puedes hacer un chiste sobre Palestina pero escucha sin inmutarse el de en qué se parece una mujer a un globo aerostático, y tienes el caso contrario. Cuando no permites que se hagan chistes sobre un tema se dice que eres una persona comprometida, y tu grado de compromiso no se mide en lo que estés haciendo al respecto, sino en tu disposición a renunciar a beneficios por él.

En general, un poco de compromiso realza tus virtudes, como la colonia, pero el exceso de compromiso es socialmente incómodo y, si muestras demasiado, te dejan de invitar a las fiestas o te sientan en las bodas en mesas “intensas”1, en un intento de que vuestras intensidades se anulen entre sí y no aburráis hasta el suicidio al resto de la concurrencia.
Por supuesto, no es lo mismo el compromiso y el postureo. Tenemos redes sociales distintas para diferenciarlos2.
Paso de follones
En el extremo opuesto de intensidad, hay mucha gente que se define como “apolítica” o, en un nivel más de calle, como que “pasa de follones”. Aunque, en realidad, todo el mundo pasa de muchos temas por la mera finitud de recursos de atención: Es incompatible con la vida estar ofendido por todo, todo el tiempo. Se puede intentar. Yo lo he hecho, de verdad, y al final te rompes por alguna parte. Y, ya saben, de ahí sacan beneficio. Siempre van a tener algo que venderte, aunque sean las balas para que hagas la revolución.
A la conciencia le sale callo. Lo cierto es que te acabas acostumbrando a que haya gente helándose en la calle, te acabas acostumbrando a que haya atentados terroristas, te acabas acostumbrando a que se produzcan violaciones, te acabas acostumbrando a que se abandonen 150.000 perros al año en España. Llega un momento en que dejas de preguntarte por las causas de las desgracias.
Y aprendes a vivir con esa inconsciencia. Si tienes que vivir con una realidad que no puedes soportar, una reacción habitual es fingir que no existe. Se nos insiste en que tu propia felicidad ha de construirse en la desgracia ajena, como si la vida fuese un juego de suma cero, como si no hubiese alternativa. Pero esto no tiene por qué ser así. Si aceptamos la premisa de que es posible crecer sin dañar a nadie, necesariamente tenemos que preguntarnos ¿es ético disfrutar de una buena vida cuando existe el dolor en el mundo? ¿Cuál es el mínimo exigible a cualquier persona a efectos de justicia?
Las ideologías liberales o neoliberales te dirían que ese mínimo exigible es “nada”. Cada persona que haga lo que sea capaz, y de ahí se determinará su recompensa, su posición social, su estatus. Por supuesto, las personas de éxito que defienden ideologías neoliberales y que dicen que “nadie les ha regalado nada” creen muy fuerte que nacieron de coliflores, que fueron educadas por hadas del país de la plastilina sin salario mínimo interprofesional y que su éxito se debe a su esfuerzo. Pero vamos a obviar el neoliberalismo por un rato3.

En realidad, por fuerte que sea tu compromiso, el poder de cambiar el statu quo de la mayoría de la gente es infinitesimal. En cierto sentido, se podría argumentar que la idea de la justicia social no deja de ser una manera de poner en desventaja a las personas que la defienden frente a las que no. Pero los beneficios para el conjunto de sociedad de la implantación de la justicia social son enormes, mayores que los derivados del individualismo y, desde luego, más repartidos4.
No podemos permitirnos no tener opinión
En este sentido considero que la unidad mínima del compromiso es la opinión formada5 6. Es el precio mínimo de la decencia. Aunque no esté en tu mano cambiar el mundo en su totalidad tienes el deber mínimo de mantener la lucidez suficiente para tener una opinión sobre cada tema importante y, por demás, sobre cada injusticia. Pero entonces ¿cualquier opinión es válida? ¿Aunque sea ese “nadie me ha regalado nada” que mencionamos más arriba? Defiendo que no.
Hace unas semanas les hablaba de Atenas a colación de cierto máster de cierta expresidenta de Comunidad Autónoma. En la Atenas clásica se consideraba que la virtud política es la cualidad de la ciudadanía, y que esta virtud se manifiesta como la capacidad de trascender más allá del enfoque del mero individualismo7. La política habla del poder, pero en un nivel más general que el mero juego de las elecciones, los cargos y los partidos políticos. La capacidad de cambiar el mundo, de combatir cualquier injusticia es poder y, por tanto, es política.
Es necesaria una opinión que vaya más allá de tus propias narices. Una opinión que tenga en cuenta que el mundo es un lugar grande y complejo, habitado por miles de millones de personas, y que nuestras acciones tienen repercusiones, aunque sean infinitesimales.
Por eso afirmo que, al igual que en Atenas, el nivel mínimo exigible de compromiso es tener opinión. Pero no cualquier opinión. Es necesaria una opinión que vaya más allá de tus propias narices. Una opinión que tenga en cuenta que el mundo es un lugar grande y complejo, habitado por miles de millones de personas, y que nuestras acciones tienen repercusiones, aunque sean infinitesimales. La opinión es el nivel mínimo exigible de compromiso porque, como defiende el feminismo, lo personal es político. Los actos individuales, los que se realizan en la privacidad, incluso las opiniones que trasmitimos en nuestros círculos más íntimos son política. Y no tener opinión sobre la injusticia es negarla.
Hay más aún: el pensamiento, la opinión, es el preludio de la acción. Es lugar común criticar a la gente que “defiende una postura por internet y luego no hace nada”. Pero defender una postura por internet es significarse, y cada día más8. No hablo de aporrear a golpe de ratón en todo lo que se mueve como si se tratase de un juego de feria, o de apoyar la campaña que promueve la gente que te cae bien. Hablo de como nuestro comportamiento es complejo, y de como la acción se fragua a través de las ideas y las opiniones.
Por eso no podemos permitirnos no tener opinión. Porque a veces puede ser todo lo que tengamos, y nunca sabemos hasta dónde nos puede llevar.
- En las mesas intensas se bebe mucho, se habla mucho. La gente intensa suele estar de acuerdo con la intensidad con la que hay que manifestarse, pero menos sobre los temas en los que hay que manifestarse. ↩
- Ya saben cuáles. ↩
- Hay días que me siento como Vincenç Navarro, todo el rato con el neoliberalismo a cuestas… ↩
- Es necesario nombrar aquí los proyectos de Estados de Bienestar llevados a cabo por toda Europa, y ahora en retirada tras el embate neoliberal iniciado con la última crisis. Todo su desarrollo, con sus luces y sombras, supera el ámbito de esta entrada, y de este blog, incluso. ↩
- La semana pasada critiqué con un tanto de hartazgo la comunicación a través de twitter. Muchas de las opiniones que se vierten en esa red social no pueden considerarse “opiniones formadas”, sino más bien algo en el terreno entre el exabrupto, el “zasca” o el chiste fácil. A veces el sarcasmo no es más que un disfraz para ocultar la ignorancia. ↩
- En el resto de esta entrada entiéndase que al hablar de “opinión” me refiero a esta “opinión formada”. ↩
- Creo que es importante señalar aquí, aunque sea en una nota a pie de página, que el sistema ateniense no era necesariamente igualitario, ni “socialista” según se entiende el término en la actualidad. De hecho, una de las principales corrientes atenienses era profundamente elitista y aristocrática. Pero el elemento que sí se defendía de forma más generalizada era la necesidad de pensar en términos sociales antes que individuales. ↩
- Viendo la evolución de la libertad de expresión en España puede ser hasta un deporte de riesgo ↩
En estos tiempos de censura hay que tener cuidado con lo que se dice, sobre todo por internet. Me produce estupor y miedo el odio que se vierte en un momento sobre una persona que ha dicho algo que no es políticamente correcto. Además, creo que nuestras palabras son más intolerantes, más tajantes que nosotros mismos, y eso no se tiene en cuenta. Dar o no dar tu opinión, esa es la cuestión. Interesante reflexión.
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[…] un par de semanas, cuando estaba acabando la entrada “Indígnate que algo queda”, me entró la duda de qué imagen de portada usar. Hay veces que tengo muy claro lo que quiero […]
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[…] desgracias suficientes como para no hacer nada más si te dedicas a ello en exclusiva (me extendí aquí un poco sobre ese tema). Mi pregunta es honesta: ¿Por qué estos niños sí nos importan y […]
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